Darle la vuelta al mundo, siguiendo la línea ecuatorial sin desvíos, supone un recorrido de aproximadamente 40 mil kilómetros. Pero qué es la vida sin los desvíos, sin esquivar de pronto la rectitud, sin permitirse ceder a los encantos que nos guiñan fuera de la ruta establecida. Las mejores historias suelen esperarnos en un lugar apartado del trayecto.
Recuerdo cuando, en mis días universitarios, salía a correr de casa, la misma que hoy ya sólo habita mi madre, pues con el paso del tiempo y el transcurrir de los acontecimientos, el devenir de las cosas cambia y las estructuras sucumben, tal como ella les anticipa hoy a mis hijas, sus nietas, para que aprovechen estos instantes de familia que nos van dejando atrás a todos a no sé cuántos kilómetros por hora.
En ese entonces, corría con audífonos, me llevaba el iPod con mi playlist favorita y pasaba, invariablemente, frente a la casa de una compañera de la universidad que me enloquecía. Lejos de entrenar y volver rápido para bañarme, prefería tomar todos los días la ruta larga, con la esperanza de coincidir con ella. Vivía en una subida muy pronunciada, pero aquella sensación podía más que el cansancio y los deberes.
Un día, le platiqué de mis entrenamientos clandestinos a un amigo que estudiaba con nosotros y él tuvo la osadía de contarle no nada más eso, sino que además una madrugada me atreví a aventarle por debajo de la puerta una rosa con una nota anónima y un cassette con las canciones de mi lista. Nunca más me atreví a pasar por ahí y, afortunadamente, en ese momento ya no compartíamos ninguna materia. Siempre fui absurdamente tímido, quería que la tierra me tragara.
El caso es que estaba haciendo cuentas y calculo que, desde que empecé a correr, hasta la fecha, quizá lleve acumulados unos 32 mil kilómetros, varios por desvíos. Es buena parte de la vuelta al planeta y no suena descabellado, si multiplicamos un promedio de 40 kilómetros a la semana durante 15 años. En realidad, sería más, pero para no exagerar.
¿A dónde se llega con tantos kilómetros en las suelas? Me pregunto ahora que, si acaso, me desvío a comprar chocolatines y conchas de vainilla para mi familia, de regreso a casa. ¿A dónde somos capaces de llegar?, ¿a una meta, al amor, a lo aparentemente imposible, a una callejuela, a una bifurcación, o al inicio? Casi 40 mil kilómetros andados y seguir en el mismo sitio... Quizá muchos ya habríamos llegado al fin del mundo, pero preferimos las rutas largas para evitarlo. Una simple reflexión de verano.
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