Encontramos un espacio amplio en el parque para nosotros solos y nos pusimos a echar pases con la pelota de futbol americano . Transcurrió tanto tiempo desde que lancé un balón de esos, que olvidé cómo hacerlo. Salió dando giros irregulares, como una sandía desorientada. Tan fácil que se ve en la televisión.
La última vez que fui a jugar americano a un parque fue a Chapultepec, con mi papá. Yo era un niño y no la hacía nada mal de quarterback, el ovoide solía volar a la perfección. Ahora me tocó ser el papá y, a sus nueve años de edad, Lorenzo tuvo que recordarme que debía colocar los dedos anular y meñique sobre la costura, con el meñique apenas debajo, y el pulgar y el índice en forma de “L” por encima.
Luego de varios pases, quiso que simuláramos una jugada a la ofensiva, estilo NFL . Él se puso de centro y me pidió que contara como los mariscales de campo profesionales. “Y cuando ya quieras que te lo mande, me gritas duro ‘¡Hut!’”. En cuanto me centró la pelota, mientras la acomodaba para aventársela, casi pude ver entre mis manos aquel balón gris de mi infancia, de piel suave y franjas negras en los extremos.
Hay cosas que —sin que lo sepamos cuando las usamos— están destinadas a convertirse en recuerdos conforme crecemos. Pero no cualquier objeto corre con tanta suerte. Exclusivamente aquellos que frotamos con cariño y emoción, y a los que les transmitimos nuestros sentimientos, trascienden.
Me vi correr, justo como corrió mi hijo, mirando atento a mi padre, quien se disponía a lanzarme el pase de anotación de nuestro propio Super Bowl, porque ningún niño pequeño necesita ir a Tampa, Pasadena o Miami si tiene a su papá, una pelota y rivales imaginarios.
Fue como si en el cuarto oscuro de la memoria se me revelara la fotografía más esclarecedora. “A esos momentos son a los que hay que subirnos”, deduje, y me entregué al juego, a la jugada, a ese marcador en contra que en la cabeza de mi pequeño hijo debíamos superar con el reloj en contra. Yo ya había estado en ese partido. Si siembras grandes momentos, un día habrán de brotar recuerdos inconmensurables.
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