Este fin de semana, más que de romper récords, fue de destruir la lógica. Mis hijos no podían comprender que llevara cuatro horas frente a la televisión, viendo los 50 kilómetros de caminata del Mundial de Atletismo de Doha. Y no era la primera vez, en 1984 seguí de principio a fin a Raúl González. Tenía ocho años de edad y recuerdo su apoteótica entrada al Coliseo de Los Ángeles, donde rompió —al mismo tiempo— en llanto y la marca olímpica.

Ahí, en la cama de mis padres, se me sembró el gusto por la marcha y el atletismo. Más allá del orgullo patriótico que sentí al descubrir en mayúsculas rojas las letras de MÉXICO sobre el jersey blanco de aquel hombre de bigote mexicanísimo, su esfuerzo sobrehumano y el hecho de que no acabara de creerse su hazaña fue lo que me cautivó para siempre.

Por eso me emocioné el sábado, porque no entendía cómo Jesús García Bragado, el español de 49 años, llegaba octavo, a 40 grados y con 80% de humedad, 26 años después de haber sido campeón del mundo en Stuttgart 1993. Ni los locutores daban crédito de su proeza y, mucho menos, de que vaya a participar con medio siglo de vida en los Juegos Olímpicos de Tokio. Y es que justo ahí está la magia, en lo incomprensible, en lo que no tiene lógica.

Y nada tiene que ver con milagros. Esos son fortuitos y atribuibles a los dioses. En cambio, la magia corresponde exclusivamente a los hombres, proviene de trucos y ocurre donde nadie se da cuenta, en instantes imperceptibles: en el día a día, en los entrenamientos, en la voluntad, en la persistencia.

Ese fue también el secreto de Kenenisa Bekele en su acto estelar del domingo. Nadie lo veía venir y, luego de lesiones y años complicados, reapareció a sus 37 años de edad en el kilómetro 37 del maratón de Berlín y corrió hasta la meta con todas sus fuerzas.

Quedó a dos segundos del mejor tiempo de la historia. Pero, al final, los récords son simplemente números que desaparecen, y lo único que permanece en la memoria son los momentos en los cuales conseguimos transgredir la lógica, romper las creencias y traspasar la realidad que nos confina de la dimensión del asombro.

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