Existen pocas personas capaces de penetrar nuestras fibrosas capas de cotidianeidad y abrir nuestras compuertas a lo profundo, allí donde yacen inertes esos sueños olvidados que —en cierto punto de la vida— nunca pusimos en duda:

Quién no lo pensó, quién ni siquiera se lo cuestionaba, quién no lo daba por hecho. Lo veíamos con el pensamiento, lo sentíamos, vivíamos con la convicción. Alguna vez, todos albergamos una revolución interior y nos rendimos a ella, a todos nos abrasó el incontrolable fuego, la propagación de nuestra propia chispa. Sin embargo, conforme postergamos los sueños, nos hacemos a la incómoda idea de que simplemente eran imposibles y —poco a poco— la realidad se vuelve dura.

Pero pasa que, de pronto, aparece alguien con una magia muy particular, nos toca y quién sabe cómo logra removernos, mientras espabila las ilusiones enterradas en lo recóndito de nuestro ser, donde las partículas extraviadas de nuestra esencia más bien reposan, pues los verdaderos sueños nunca mueren. Al contrario, guardan una vida lo suficientemente poderosa para resucitar a cualquiera.

Esos alquimistas que consiguen transmutar nuestros viejos anhelos en renovados bríos, son —entre otros— los atletas y los deportistas. Los hemos visto en los estadios y en la televisión dar saltos épicos con la jabalina , driblar oponentes de atrás de media cancha y meter goles históricos, venir de dos sets abajo para ganar Wimbledon, correr más rápido que bicicletas y romper marcas imbatibles, al tiempo que —en la butaca o en el sofá— nos despiertan las ganas de cambiar y nos reactivan el deseo de superarnos, de brincar los obstáculos y rebasar nuestros límites.

Mi maestro y coach de atletismo, Rubén Ordoñez , comenta: “Por eso, los atletas más famosos son tan venerados, porque representan lo que nos es sagrado: Nuestros sueños. No es difícil entender que ganen tanto; despertar los sueños de los niños y revivir las aspiraciones de los grandes, tiene mucho valor. Son el reflejo de millones de personas, no es casualidad que los veamos por todos lados. No es la publicidad, es algo más profundo. Nos llevan a esa dimensión muy adentro, donde —en el fondo— sabemos que somos capaces. Cuando el espectador se sienta a contemplar realmente a un atleta, lo que hace es que proyecta en él su propia gran hazaña. Sí, el inconsciente colectivo juega a favor del deportista”.

Es como los actores de teatro y cine, quienes nos inspiran y nos conducen directo a las emociones, a los sentimientos, a la intención. A cuántos no nos han hecho decir: “Lo que yo daría por estar ahí”. Pues vayamos a allá: adentro.

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