“Imagina a toda la gente viviendo el presente. Imagina que no hay países ni religión. Imagina a toda la gente en paz”. En el coche, para mi tranquilidad, mis hijos suelen pedirme canciones de Lennon, McCartney, de Los Beach Boys y Pink Floyd. Antes de que nacieran decía que podría morir tranquilo cuando influyera así en su gusto musical. Pero hoy me doy cuenta que, antes, hay mucho por lograr.
El sábado pusimos Imagine” y reparé en las líneas del beatle que le fue arrancado al mundo de un disparo: Imagina que no haya nada por lo cual morir o matar. Y no pude evitar pensar en lo descompuesto de nuestra sociedad, del planeta, de México.
Nuestro país está más dividido que nunca. Hay riñas en todas las canchas: en la política, en la social, en las calles, en Twitter y Facebook. Pero aunque los estadios son también escenario de violencia, se me ocurrió que quizá el deporte sea lo único que pueda salvarnos. Como en los partidos de la Selección, donde —a pesar de nuestras diferencias— todos nos ponemos la camiseta de hermanos.
Y empecé a imaginar: ¿Qué pasaría si un domingo cualquiera prendiéramos la televisión y en la ceremonia protocolaria viéramos al jugador de Cruz Azul entonando el himno junto al de Pumas, al lado otro cruzazulino y enseguida otro universitario, abrazados, como si fueran un solo equipo que una a las dos aficiones.
Imagina que no hay divisiones en los estadios y que las porras de ambas escuadras cantan en la misma tribuna el Cielito Lindo. Imagina a Luis García y a Martinoli en una transmisión conjunta con el Perro Bermúdez y Enrique Burak en un América-Chivas, gritando: “¡Es hora de unirnos, doctor!”. Imagina el asombro del público, la reacción, el reconciliarnos.
Imagina en las carreras a tantos corredores deseándose buen camino, y a todos los equipos de la Liga Mexicana de Beisbol con la misma gorra blanca con las letras de “México”.
Imagina a los columnistas de deportes de EL UNIVERSAL Deportes intercambiando espacios con los del Reforma o Récord, dando una muestra de unidad y de que una cosa es la sana competencia y otra la rivalidad rancia. Imagina a los papás en los partidos interescolares de sus hijos aplaudiendo las jugadas de uno y otro lado.
Son tonterías del mismo tamaño de las que canta
John Lennon, pero imaginar no cuesta nada.