Con esto del desgarro, tuve que dejar de correr algunas semanas. Por lo menos en tierra, y en la pista, claro. Lo puntualizo porque, por extraño que suene, también es posible correr en agua. En la vida, si uno se lo propone, se pueden hacer las cosas más insospechadas. La naturaleza, en sí misma, es un abanico de posibilidades, capaz de sorprendernos con los sucesos
más increíbles. Yo, con mis propios ojos, no sólo he visto peces voladores a medio oceáno, sino también plantas caminadoras en la selva.
¿Cómo es posible correr en agua? Se preguntarán. Nada tiene que ver con Jesucristo, ni con la fe o los milagros, es simplemente cosa de ir a una tienda de deportes y comprar un cinturón de agua. Muchos lo usamos en procesos de rehabilitación física, cuando no es recomendable impactar en el suelo.
Yo no soy muy de ir al club, pero conseguí una membresía temporal en uno cerca de mi casa, que justo tiene fosa de clavados. Para correr en agua, se requiere de una piscina lo suficientemente profunda para que los pies no toquen el fondo, pues se debe emular el movimiento que se produce al correr, las zancadas amplias, ese ciclo parecido al que completan las barras de acoplamiento que conectan las ruedas de una locotomora de vapor para que trabajen simultáneamente.
Cuando avanzo contra la resistencia del agua —y se los digo como consejo para el día que lo intenten—, me gusta imaginarme como Superman en esa escena donde precisamente le gana el paso al tren, ante los ojos atónitos de una Luisa Lane todavía muy niña. Es, de hecho, la sensación más parecida que he experimentado a la de volar en los sueños. De manera muy semejante, me muevo por los aires en esas noches en que tengo la suerte de elevarme y trasladar mi humanidad de aquí a allá, para sorpresa de todos.
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Los domingos, cuando la alberca está más llena, algunas personas me miran también con cierto desconcierto, especialmente aquellos que se han percatado que llevo más de 10 vueltas, o los niños que se quieren tirar del trampolín o la plataforma y deben esperar a que pase “el señor del flotador”. Me observan condescendientes, como si me encontrara impedido. “No es flotador, niño”, les aclaro, medio mal encarado. “Es un cinturón para correr en agua”. Pero les da igual.
No está mal ir a flotar de vez en cuando, ahora que lo pienso. Sobre todo para quienes llevan tiempo sin soñar que son capaces de flotar en el aire. No tarda en volverse una terapia para que la gente se desancle un rato de este mundo insólito.
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