Cuando un ser humano detiene su andar —o lo que sea que esté haciendo— para tomar una respiración profunda, ahí, en ese sitio, es muy probable que se esté fraguando un acontecimiento de proporciones épicas.

He visto gente a punto de desfallecer que con un amplio respiro recupera la fuerza y decide proseguir su camino, un acto temerario, aunque pueda parecer cualquier cosa. Tras una gran bocanada de aire, las personas somos capaces de adoptar determinaciones asombrosas: seguir adelante, intentar una verdadera hazaña y llegar a resoluciones inéditas, como transformarnos, resignarnos o, sí, hasta renunciar.

Pero, incluso más allá de todo eso, inhalaciones de esta magnitud y su consiguiente expulsión de dióxido de carbono, nos devuelven a las mujeres y los hombres el insuperable poder de volver a nosotros mismos.

No entiendo como después de varios años de escribir en este periódico, nunca le había dedicado una columna a esta fascinante potestad involuntaria de la humanidad: la respiración.

Atleta que consigue no tanto dominar su respiración, sino más bien fluir con ella, atleta que tiene altas posibilidades de llegar lejos. Los hemos visto en las pantallas y los televisores cerrando los ojos antes de enfrentar las más difíciles pruebas, expandiendo sus pulmones mientras se visualizan y conteniendo ese aliento vital antes de expulsarlo, para, entonces sí, ir a por ello.

Dicen quienes saben de estos temas que esos instantes en los que contenemos la respiración, justo esa pausa entre la inhalación y la exhalación, es la puerta al presente, donde el latir del corazón y el palpitar del Universo sincronizan su frecuencia y todo a excepción de nuestro ser desaparece.

Lo más fantástico es que, si bien la respiración les sirve a los atletas para recuperarse y llenarse otra vez de energía, en los individuos comunes y corrientes sus efectos son parecidos: nos revitaliza, nos calma, nos ayuda a soportar a uno que otro estúpido, a sacar el estrés, la angustia, a recapacitar, a recuperar la prudencia, la fortaleza, el ánimo, la serenidad y el deseo de permanecer otro rato en este extraño mundo.

El respiro es el comienzo de todo. Y el epílogo. Es el camino de regreso a la paz extraviada. Cualquiera que esté agotado, haga un alto, respire varias veces bien profundo y con plena conciencia. Compruébelo.

para recibir directo en tu correo nuestras newsletters sobre noticias del día, opinión, y muchas opciones más.

Estoy en Facebook, Instagram y Twitter como @FJKoloffon.

Google News

TEMAS RELACIONADOS