Es curioso cómo, en un abrir y cerrar de ojos, la vida te puede presentar situaciones tan disímbolas en un mismo escenario. De un instante a otro, sin aviso de por medio, todo se puede volver increíble e inesperadamente distinto. Como cuando un abrazo de festejo se torna de súbito en uno de llanto, al brotar tantos sentimientos incrustrados de las humanidades que se estrujan.

Luego de un par de años, el Molineux Stadium del Wolverhampton Wanderers Football Club, de la Premier League, volvió a ponerse de pie el domingo para aplaudirle a su entrañable delantero mexicano, quien esta vez no alzó los brazos a la tribuna para festejar uno de los tantos goles que metió con los Wolves, sino para agradecerle con lágrimas su cariño, en el último partido que portó la casaca amarilla en casa.

Raúl Jiménez, aun con su ‘9’ de siempre, no volvió a ser el mismo después de aquel durísimo choque de cabezas contra David Luiz que le dejó inconsciente en el césped y con el cráneo fracturado.

Tras una larga y difícil recuperación, poquísimos minutos de juego vio desde entonces y, de ser uno de los líderes de la manada, se convirtió en un lobo solitario en la banca, ante las casi nulas oportunidades que le dio el entrenador Julen Lopetegui, quien comenzó a comandar el equipo, mientras el examericanista terminaba de recuperarse.

Pero en esa cancha donde siempre se entregó con todo su espíritu para los ingleses, aquella en la que dejó el alma y casi su vida, una de las fanaticadas más fieles y apasionadas del futbol le rindió una ovación de varios minutos, con sus tradicionales cánticos y un agradecimiento profundo que conmovió a nuestro compatriota así como a un niño que, de la emoción, no es capaz de contener el llanto.

Y es que para qué, para qué aguantarse, para qué hacernos los fuertes, más con quien nos ha recibido con los brazos abiertos y ahora nos dice adiós también con pesar; más cuando nos sentimos vulnerables, cuando no sabemos hacia dónde apunta nuestro futuro o si habrá más lugar para nosotros en un sitio del que no queremos despedirnos; en este caso, para él, el futbol.

El único consuelo es que, otra vez, las cosas cambian en cuestión de segundos y, quién sabe, quizá ese lobo solitario se reencuentre consigo y vuelva a hacer aullar en otro lugar a otros aficionados con otros goles.

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