El viernes pasado, un árbol grandísimo cayó sobre un coche afuera de los Viveros de Coyoacán , mientras su propietario corría en el circuito. Por cuestión de minutos, salvó la vida. Instantes después, apareció estupefacto, gracias —seguramente— a una cadena de acontecimientos fortuitos que lo hicieron llegar pasado el incidente. “Pudo estar adentro”, le decían los curiosos.
Para nuestra fortuna, los árboles no son tan puntuales como los pájaros. Van varios que atinan a mi cabeza, cuando corro por la calle. Según dicen, es de buena suerte, aunque yo más bien me he sentido humillado por la naturaleza.
Al correr, pueden caerte muchas cosas: lluvia, agua de los charcos salpicada por los coches, mosquitos que acaban incrustados en la garganta o los ojos. Incluso, es muy recurrente recibir ideas. Yo he cachado varias para campañas publicitarias, para guiones y hasta para letras de canciones, porque es como si anduvieran revoloteando en el aire, listas para ser atrapadas.
También me han caído historias, muchas; de hecho, más que cacas de pájaro. Una de las más curiosas es la del inventor de los tenis con velcro. Ocurrió, asimismo, muy cerca del vivero, a la mitad de la calle Progreso. En el sentido que va hacia la plaza de Coyoacán, se pone un vendedor de antigüedades, quien guarda todas sus cosas en dos camionetas Ford, de esas tipo van antiguas, claro. Una blanca y otra con una franja azul, con maniquís al volante. Si la memoria no me falla, pues fue hace tiempo, el señor se llama Luis Carlos.
Más que detenernos a ver sus piezas, porque él les llama así —con solemnidad y respeto— a los objetos que vende, a mi mujer y a mí nos impresionó el tamaño gigantesco de sus tenis. Antes de saludarlo, mi esposa se le paró al lado y puso su pequeño pie junto al suyo.
“Tengo que comprarlos en lugares especiales; en México, casi no venden mi número”, nos contó, con sus dos metros y pico de estatura. “De chavo, jugaba basquetbol. Un día se me ocurrió quitarles las agujetas a mis tenis y les cosí velcro para no tener que andarlos amarrando a cada rato. Todo mundo me preguntaba dónde los había comprado y se sorprendían de que yo los hubiera inventado. Pensé registrarlos, pero lo dejé y los de Nike se me adelantaron. A lo mejor sería rico, como Jordan, y no vendería mis piezas. Pero, ¿les soy sincero?, me gusta, y quién sabe, en una de esas a alguien ya se le había ocurrido antes mi idea. Hay que ver para adelante”.
A ustedes, ¿qué les ha caído del cielo?
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