Cuentan en los mundos subterráneos del karaoke italiano que había un gran cantante que, en realidad, no sabía cantar tan bien. Francesco Cardenllini componía sus propias canciones, unas melodías de belleza insólita que a la hora de interpretarlas sonaban a desastre. Ante su frustración, su amigo y productor Mario Bringonzi, le decía: “Paciencia, Francesco, no es que cantes mal, es que te falta encontrar tu voz”.

Hay cierta lógica en la historia y, sobre todo, consuelo. Quizá no es que necesariamente hagamos mal ciertas cosas, sino que nos falta encontrar algo.

Sin embargo, lejos de volverse la estrella de los escenarios que soñaba ser, el paso de Francesco por la música se conoció exclusivamente en el casi clandestino universo de los karaokes napolitanos, donde los asistentes y los dueños de los locales aplaudían al verlo entrar y tomar el micrófono para entonar canciones de Sinatra, Pavarotti e incluso de los Bee Gees, con una semejanza insólita. Cardenllini nunca encontró su voz, pero consiguió mimetizar la de los más grandes.

Yo, a pesar de que me encanta correr y de los años que llevo haciéndolo, al día de hoy no he dado con mi estilo. Mi forma de desenvolverme no es la adecuada. Mi entrenador me lo dice y yo mismo alcanzo a apreciarlo cuando veo a mi sombra dar esos movimientos toscos, desarticulados, carentes de sinergia entre el tronco superior y las piernas, que hacen parecer casi artistas a los atletas profesionales.

Existe arte en el atletismo, sin duda. Quien los haya visto correr en las calles o a través de la televisión, lo habrá apreciado. Esa estética en el andar de algunos corredores no puede llamarse de otra manera.

Hay días que a ciertos compañeros de mi propio equipo me detengo a contemplarlos y detecto esa genialidad en su técnica, la sincronía en su cadencia y una destreza armónica en sus zancadas que trato de imitar al retomar el paso.

Según me visualizo, a veces lo logro, y en mi cabeza me veo mejor. También en mi reflejo sobre el tartán y el concreto parezco más estético, consigo experimentar un poco de ese arte y sentirme más atleta.

Si no encuentras tu estilo, tampoco está mal adoptar la apariencia de otros. En nuestras cabezas y en los karaokes, podemos convertirnos en quien queramos, y nuestras sombras lo saben.

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