Hoy, hace exactamente tres años, fue la última vez que abracé a mi papá.

Festejamos mi cumpleaños en su casa; me prepararon mi comida favorita y toda la familia me cantó en el pastel. No sabíamos que sería la última vez que estaríamos juntos con él.

Como dice el escritor japonés Haruki Murakami: “Todo pasa. Nadie tiene algo para siempre. Así es como tenemos que vivir”.

Inevitablemente, todos vamos perdiendo seres queridos y cosas en el camino, aunque amanecer tras amanecer ganemos otras nuevas y nos repongamos.

A principios de este año nuevo, se fue también Carlos Bremer. Yo no lo conocí, pero —dada su espléndida contribución al deporte mexicano— quiero dedicarle esta columna, en mi regreso a las páginas de EL UNIVERSAL.

Apenas hace un mes me despedí, y hoy estoy ya de vuelta en el periódico. Mientras tenemos vida, las personas podemos irnos y regresar a los lugares y con las personas a las que amamos, si así lo decidimos.

Cuando nuestro corazón deja de latir, lo único capaz de volver son nuestras anécdotas.

De Carlos, hay muchas...

Desconozco el origen de su amor por el deporte, pero imagino que proviene de aquella primera tienda de deportes que abrió su padre en Monterrey: Casa Bremer.

Algo le habrá dicho sobre el esfuerzo, la tenacidad y la disciplina de los atletas que buscan el éxito, y se le quedaría grabado.

Carlos solía llamarlos “héroes” y, si uno investiga, rápidamente notará que los medios solían hablar más de su apoyo a ellos que de sus logros empresariales.

Ayudó desde Saúl Canelo Álvarez, cuando todavía no era quien es, hasta a los atletas más desconocidos de las más diversas disciplinas. En quien detectaba pasión, ahí ponía su mira y recursos, parecido a “Shark Tank”, donde —más que tiburón— parecía un barco. “Tienes que ser más estricto”, le requirió la producción, y se negó.

Tomaba en serio prácticamente a todos y —sin esperar nada a cambio— les tendía la mano, los aconsejaba y se volvía su amigo.

Si la muerte es un misterio, no cabe duda que la vida puede ser magia: ¿Cómo es posible que un hombre de negocios que no hacía ejercicio se haya convertido simultáneamente en boxeador, basquetbolista, corredor, saltador de altura, taekwondoín (y hasta en cantante), y en el máximo vuela cercas del beisbol mexicano?

Carlos Bremer no se ha ido; simplemente, ahora está sentado en las gradas con una sonrisa, como el gran espectador. Descanse en paz, y entre aplausos.

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