Casi a finales de 2019, la doctora Mayte le dijo a mi suegro que tenía un cáncer terminal, etapa IV. La última. Tenía un tumor muy grande que le invadía varios órganos, y lo comenzaron a tratar con quimioterapias y radiación, pero —para mediados de 2020— ya había metástasis en distintas partes de su organismo.
Las posibilidades de vivir más allá de unos meses, y eso si le practicaban una cirugía muy compleja y de alto riesgo, eran reducidas. Él es un hombre muy positivo, en toda la extensión de la palabra. Sin dudarlo, decidió operarse. La cosa pintaba tan mal que, un día antes de internarse, le hicimos una ceremonia de despedida en su casa.
Xavier es también muy creyente y le fueron a dar la unción de los enfermos, aunque aquello —y hay que decirlo con todas sus letras— se trataba de un adiós. De hecho, buena parte de los meses previos los dedicamos a que escribiera sus memorias, para dejar un testimonio de su paso por este mundo a su gente querida.
Para no hacer muy larga la historia, pues ya antes conté parte de ella en este espacio, hoy, 12 de julio de 2022, mi suegro habita el planeta Tierra, con 0% de actividad tumoral. Traigo otra vez esto a cuento por dos motivos.
Primero, porque hace un par de semanas vio la luz su libro “Vivir, una experiencia maravillosa”, ese que se supone nos dejaría como un recuerdo post mortem y al que ahora habrá de agregarle nuevos capítulos, pues el final quedó inconcluso.
Y, en segundo lugar, por el papel que ha jugado el ejercicio en este milagro. Xavier, pese al agotamiento y lo mal que se sentía, nunca dejó de realizar todos los ejercicios que le puso su coach personal e hija.
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Ni siquiera durante la convalecencia. Postrado en la cama, movía los dedos de los pies arriba y abajo; en su sillón, hacía estiramientos de piernas y brazos, si no mal recuerdo hasta con unas pequeñas pesas.
Lo pensaba hace unas mañanas que salí a correr, tras algunos días no precisamente buenos: “Qué importante es salir a correr, a hacer deporte, ejercicio, a despejarse. Podrá sonar muy new age, pero es más bien una sapiencia ancestral. Al exhalar, sacamos lo que ya no necesitamos, lo que hay que dejar ir; y al inhalar. damos paso a un poco de nueva vida, que —si somos constantes— se puede ir convirtiendo en mucha. La disciplina del ejercicio es, también, no dejarse morir. Quien se quiera sentir mejor, inténtelo con todas sus fuerzas.
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