Resulta prácticamente imposible calcular, a diferencia de en el caso de las estrellas, el tiempo que durará el brillo de una persona.

Para unos, se limitará exclusivamente al alumbramiento; en otros, serán sus ojos, el descubrimiento de la irradiación en su mirada por parte de alguien que, a diferencia de un astrónomo, encuentre ahí el principio y el fin de todo.

Habrán quienes luzcan brillantes cuando el maestro les pregunte cómo se resuelve una ecuación o qué pasó en determinada parte de la historia, mientras exponen su respuesta frente a todos los compañeros de clase.

Si a mí me preguntaran cuándo brillé, podría decir, sin miedo a equivocarme, que fue en mi obra de teatro de sexto de primaría. Nunca me sentí tan fulgurante como el mismísimo reflector que seguía mis pasos sobre el escenario.

Por mi parte, he visto gente que brilla al desempeñar el trabajo que les apasiona, aquellos que resplandecen al pintar, al subir una montaña o conforme driblan en la cancha de futbol, con magia y maestría, a los del equipo contrario.

Me ha impresionado saber que el Paris Saint-Germain no quiere más a Lionel Messi, uno de los astros del balompié de todos los tiempos, y que su plan es dejarlo ir para ahora construir el equipo alrededor de Kylian Mbappé, el ya no tan nuevo sol de los parisinos y de Francia entera. Noticias como esta nos corroboran que, por más que hay cosas que duran demasiado, nada es para siempre.

Qué podemos esperar los mundanos si hasta las estrellas más grandes y luminosas, luego de gastar su combustible, colapsan en segundos.

La luz de todos se apagará, no importa lo brillantes y encandiladores que seamos.

Los artistas más célebres, los profesionales más destacados, los pobres, los ricos, los amorosos, los desdichados, los genios de la música y los astros del futbol, perderán su fulgor, y —en consecuencia— la atención de quienes los convertimos en nuestras estrellas particulares.

Nadie, ni siquiera Messi, se salva de dejar de ser la sensación y de volver a la normalidad, aunque hay estrellas, aun extintas, cuya luz perdura y es capaz de deslumbrarnos con sus centelleos.

Si al argentino le quedan chispazos, también a usted que está leyendo.

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