Del sol abrasador, pasamos a las inundaciones en cuestión de días.

Del calor sofocante, nos trasladamos a estos aguaceros veraniegos que reviven los sentimientos más prístinos en quien no teme a una de las formas de contacto más directo con la naturaleza: Mojarse bajo la lluvia.

Desde el mediodía del domingo no paró de llover, y así amaneció ayer lunes.

A pesar de que llegué temprano, a la hora donde suele haber mayor afluencia de corredores, el circuito estaba prácticamente vacío.

¿Por qué será que le tememos tanto al agua, con lo fascinante que puede ser dejar el mundo atrás mientras llueve?

Cuando menos en este país, desde niños nos hemos acostumbrado a guarecernos de la lluvia, a huirle.

Hay que ser todo un valiente para desafiar a los papás y llegar a casa batido de la cabeza a los pies en lodo por haber jugado hasta el final, sin importar el chubasco.

Yo no pertenecí a ese grupo selecto de rebeldes en mi infancia. Quizá por eso hasta ahora quiero hacerlo y lo disfruto tanto. Muchas otras cosas me faltó hacer en aquellos años, y en mi juventud, pensaba mientras corría con el agua escurriendo por mi rostro. Por eso, nunca hay que quedarse con las ganas de nada, porque a las ganas siempre les gusta quedarse.

Sin exagerar, me crucé con no más de 20 corredores en todo el trayecto de más de dos kilómetros. Fuimos poquísimos, pero a todos se nos alcanzaba a distinguir una ligera, aunque contundente sonrisa; incluso, a los que iban cubiertos con su capucha impermeable.

Correr bajo la lluvia es una oportunidad de hundirte en un mar de pensamientos insólitamente serenos, de sumergirte en un lago interno de difícil acceso en la cotidianeidad, de limpiar las culpas, refrescar las ideas, de hidratar los anhelos más puros, de quitarte la sed.

Es la posibilidad de profundizar.

No importa la edad, el sexo, la personalidad, el oficio o la profesión.

No importa quién sea usted: Salga a la calle, cierre el paraguas, vea llover, mójese, empápese, ensúciese, quítese lo acartonado, siéntase estúpidamente rebelde, por más ridículo que se mire y aunque se le corra el rímel.

Es una buena sensación (correr y) dejar atrás el mundo mientras llueve.

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