El sábado comimos en casa de unos amigos queridos. Yo suelo ser difícil para las invitaciones y casi siempre refunfuño. Pero mi esposa es lo contrario, así que nos hemos medio adaptado a una especie de pacto no hablado en el que un día del fin de semana salimos y otro nos quedamos encerrados.
Claro, cuando toca quedarse, en algún momento llega el reclamo: “Si por ti fuera, tu vida sería correr, escribir y aislarte. Si a los 40 años eres un ermitaño, no quiero imaginarme a los 64”, y enseguida comienzo a reproducir en mi cerebro la canción de los Beatles. También me gusta ir al cine, apenas el día antes vimos “Yesterday”.
Al primer sorbo de mezcal y al segundo trago de cerveza, yo estaba feliz; tampoco es que sea un antisocial inadaptado. En la sobremesa, nuestra anfitriona me preguntó cómo iba de la espalda. Hace cosa de tres años, un masajista me rompió un disco lumbar en plena preparación para mi tercer maratón.
“Me levanto como si tuviera el doble de años, me duele mucho la cintura y al pararme de la cama apenas puedo moverme”, le contesté, ante su mirada compasiva. “Pero, por increíble que parezca, ya que consigo enfundarme los shorts, ponerme los calcetines y abrocharme las agujetas, empiezo a mejorar y, como puedo, me voy a correr. Basta una vuelta al circuito para empezar a sentirme perfecto. Es como si correr me reacomodara los huesos”, y entonces me veía con asombro.
Pero es verdad, invariablemente, correr me ayuda a sentirme mucho mejor, bien sea de la cintura, del ánimo, del corazón, de la cartera o del miedo al futuro. Cada que vuelvo a casa me siento, si no nuevo, sí renovado, rejuvenecido, optimista, valiente, con los sueños espabilados y, a veces, hasta eufórico.
Precisamente, ayer regresé con una tonada en mi cabeza —que me llegó de no sé dónde— y recordé cuando quería ser músico.
La tarareé en una nota de voz y se la mandé a un amigo que toca en Los Plastics Revolution: “Vamos a hacerla canción, quizá a los 64 me toque estar en un escenario, como Paul McCartney”, le escribí, y me contestó: “Vienes de correr, ¿verdad?”.
Cuando tenga 64, quiero correr y acordarme bien de los Beatles para cantarlos en familia.