Llevaba un par de semanas cuestionándome sobre el título de esta nueva entrega. “¿Cambiando la conversación?”, me cuestioné varias veces.
No me encantan los gerundios en los títulos, ni para comenzar un texto, pero —sobre todo— no estaba seguro si se trataba del eslogan que creó —hace ya varios años— el equipo creativo de mi amigo José Alberto Terán para Radio Fórmula.
Revisé y estaba cerca, pero no. El lema publicitario que le sirvió al grupo radiofónico, no sólo para renovar su imagen, sino también su forma de comunicar, fue “Abriendo la conversación”.
Con la inclusión de programas frescos, de formatos mucho más libres y ligeros, como el del ingenioso y atinado Chumel Torres, consiguieron cambiar —en buena medida— la manera de dar las noticias en México.
La radio mexicana, para mantenerse con vida y persistir, necesitaba y necesita aún de ajustes así, profundos, y con los que se entiendan las generaciones nuevas.
De un tiempo para acá —de regreso a lo de mi título—, he puesto más atención que de costumbre en las palabras habladas, especialmente en las que pronunciamos en casa.
De ahí, las vueltas que le he dado al tema en estos días.
Tanto mi mujer como yo dedicamos una buena parte de nuestra vida a correr.
Corremos bastante, seguimos un programa de entrenamiento exigente, nos gusta participar en carreras y hacer maratones.
Somos muy activos en este sentido, aunque —por lo mismo— no es raro que de repente suframos achaques, desde una vil uña amoratada, hasta desgarros, tirones o dolencias más severas.
Nuestra conversación, como es normal cuando compartes a tal grado un punto de interés, se centra mucho, precisamente, en correr.
Y, claro, en consecuencia, en nuestros dolores.
Seguido nos descubro quejándonos que si de la cintura, la rodilla, la nalga, el agotamiento, de la planta del pie, de las repeticiones de la pista.
Es algo de lo que yo apenas me he estado haciendo consciente, pero supongo que ahora que ya lo expuse aquí para todos ustedes, será uno de nuestros próximos asuntos a tratar.
Corredores, vamos cambiando la conversación, dejemos de hablar un poco de las afecciones, de las ampollas, de los isquiotibiales y las afrentas atléticas.
Hay un mundo allá afuera además de nosotros, una audiencia harta de oírnos, los amigos que no corren, los hijos...
Reconstruyamos nuestra narrativa hasta para sentirnos un poco más estupendos y que incluso nuestras mascotas, siempre alertas, nos miren con mejores ojos.