¿Qué pasaría si te murieras hoy? Inesperadamente, mientras lees estas líneas. Más allá de romanticismos mortuorios, de si te despediste por la mañana de tu pareja o si saliste de la casa furioso, de si te fuiste en paz o no con quien te pasaste; más allá de eso, ¿qué te reprocharías haber dejado a la mitad?, ¿cuáles pendientes te sobrevivirían?, ¿quién te extrañaría?
Tengo un amigo muy querido que, mucho antes de que esta película inédita de Orson Welles llamada “Pandemia” se convirtiera en realidad, solía decir cada que algún famoso fallecía: “Cada vez se está muriendo más gente que antes no se moría”. Un chiste que en los elevadores pocos captaban a la primera, y que a unos hacía pensar, y a mí reír.
Ayer corrí de la Plaza de Santa Catarina , en Coyoacán , al Exconvento de Churubusco , donde le di un par de vueltas al tranquilo circuito que rodea a la iglesia. Pero, al comenzar la tercera, escuché un crujido muy fuerte que no entendí de dónde provenía, hasta que volteé arriba por el ruiderío de las ramas y las hojas. Por la humedad, uno de los brazos de un árbol gigante se desgajó con rudeza.
Delante de mí, un vendedor de ricos y deliciosos tamales oaxaqueños alcanzó a virar con brusquedad el manubrio de su triciclo y de milagro, y por milímetros, se salvó de que aquel pedazo de tronco macizo le partiera la cabeza.
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El sonido del impacto fue brutal. Él, a pesar del volantazo, conservó habilidosamente el equilibrio. Por atrás lo vi respirar profundo y llevarse las manos a la cachucha, en medio de los trozos esparcidos de la gruesísima rama. Detuve el paso y, luego de cerciorarme de que ya no corríamos peligro, le pregunté si estaba bien.
“Pues no sé cómo, pero sigo vivo”, me respondió, y a mí sólo se me ocurrió decirle: “Pues un bolillo para el susto, al fin que tiene muchos”. El hombre me hizo caso. Apagó la grabación “acérquese y pida sus...”, y le sacó el migajón a la mitad de una telera. Me ofreció la otra, pero le di las gracias y le desee suerte. Tenía que volver a casa, así que me puse a correr de regreso.
Me tocaban cuestas, pero el fin de semana me dio un dolor en la rodilla y preferí trotar 45 minutos en los que —por azares del destino, de la temporada de lluvias y del coronavirus— acabé recordando la sarcástica frase de mi amigo Arturo: “Cada vez se está muriendo más gente que antes no se moría”. No nos tocaba, ni al de los tamales ni a mí, pero quizá sea tiempo de repasar los pendientes. Y de acercarse y pedir.
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