Desde hace 80 años, la transmisión del Poder Ejecutivo federal en México se ha celebrado sin mayores incidentes que puedan pasar a la historia; podrán haber existido gritos, empujones, ofensas e incluso la toma de tribuna, pero el rito democrático siempre se consumó de forma adecuada.

Por otro lado, a lo largo de todo este tiempo, las relaciones entre los sujetos que dejaban la banda presidencial y quienes la recibían tuvieron infinidad de fricciones y situaciones que, al no ser comentadas directamente por la prensa, permitían a los supuestos analistas políticos echar a volar su imaginación.

El anecdotario es infinito, sobre todo cuando el presidente saliente quería hacer mantener su poder e imponer sus puntos de vista de diversas maneras: en la formación del gabinete; en los planes de gobierno; o, intentando orientar al nuevo gobernante más allá de lo que una simple cortesía protocolaria aconsejaba.

Los presidentes que reconocían que su tiempo había terminado tuvieron una imagen pública más favorable, una relación más tersa con el sucesor y pudieron gozar de deferencias políticas y administrativas. Ejemplos de ello fueron los casos de Cárdenas, Ávila Camacho, Ruiz Cortines y la alternancia histórica ocurrida con Zedillo.

En cambio, quienes quisieron controlar a sus sucesores por diferentes razones, como ocurrió con Alemán, que, al no haber podido imponer a Fernando Casas Alemán y haber tenido que aceptar a Ruiz Cortines, se enfrentó a un rompimiento que se dio el mismo día de la toma de posesión. Aunque no está comprobada históricamente, es famosa la frase dicha ante el reclamo del presidente que dejaba el cargo, pues el nuevo mandatario le respondió: “Ayer usted era el Presidente y hoy soy yo”.

Echeverria quiso manipular a López Portillo, lo que obligó a este a reaccionar violentamente y romper vínculos con su predecesor; lo mismo pasaría con Carlos Salinas, a quien Zedillo no le perdonaría su decisión original de designar como heredero a Colosio.

Si bien todos estos son ejemplos puntuales, se puede derivar una regla general; en México, país poseedor de un sistema presidencialista a ultranza, tanto en el texto constitucional como en la práctica política, cuando un presidente quiere manipular a su sucesor está llamado, antes o después, de manera tersa o violenta, a un fracaso inevitable.

Profesor Facultad de Derecho, UNAM

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