Este mes dio inicio un curso más en la Universidad Nacional Autónoma de México y, con ello, las inquietudes y la tensión que se producen siempre que hay un cambio en la oficina del rector incrementaron. En esta ocasión, las expectativas aumentan por la situación general del país y la relación del Gobierno con las universidades, en particular con la primera de ellas, la Nacional Autónoma de México.
Una serie de acciones gubernamentales han crispado el ambiente universitario; se ha dicho que son errores, malos entendidos, pero la comunidad universitaria los ha sentido como globos sonda para conocer su reacción.
Primero, circuló un proyecto de reforma constitucional en el que desaparecía la autonomía de las universidades, posteriormente, un proyecto de presupuesto en que los recursos de las universidades descendían estrepitosamente, así como una serie de comentarios sobre la ideología de la Universidad, sin concebir que su único compromiso es la búsqueda incesante y permanente de acercarse a la verdad.
Son constantes las críticas de funcionarios, universitarios o de miembros de partidos políticos afines al gobierno proponiendo modificaciones a la Ley Orgánica y buscando la incorporación de candidatos con o sin requisitos estatutarios para ser electos.
Las explicaciones han sido variadas y por lo general poco sólidas; proyectos desechados o actitudes mal entendidas que han traído como consecuencia una animadversión, o por lo menos frialdad, como no se había visto en muchas décadas.
La Junta de Gobierno, depositaria por ley de la legitimidad para ello, tendrá que realizar la designación, facultad llena de responsabilidad; panorama al que hay que agregar que, en poco tiempo, el cambio en la primera magistratura del país aumentará la incertidumbre.
Circulan muchos nombres con características personales, académicas, intelectuales e ideológicas de lo más variado. Sin entrar al ejercicio vacuo de dar nombres, sí creo que se puede hacer un perfil de quiénes podrán contender: deberán ser universitarios a cabalidad, no solo cumplir con la definición de nuestra legislación, sino defender a la institución con todo, contra todo y contra todos y luchar por que la Universidad siga cumpliendo con su función de orientar a la sociedad.
Debe tener un proyecto académico sólido, una capacidad administrativa demostrada, independientemente de su ideología política y filosófica, debe ser ecuánime e imparcial, contar con un carácter firme para dialogar, tener presente que el máximo honor que se puede tener es dirigir a la Universidad; que la sirva con devoción, que no se sirva de ella, la rectoría es un fin en sí mismo y no debe ser contemplado como un trampolín político o una escala en sus ambiciones personales.
Se podrá decir que estas características son un ideal inalcanzable, pero volviendo la vista atrás, hemos tenido rectores que han cumplido cabalmente con ellas: Mario de la Cueva, Salvador Zubirán, Ignacio Chávez, Javier Barros Sierra y José Sarukhán.