Entre los años 50 y 70, México fue un país en pleno crecimiento y desarrollo económico y social que, desafortunadamente, no pudo llevar a cabo un desarrollo político de la misma magnitud.

El atraso político se tenía forzosamente que presentar de alguna manera en una sociedad insatisfecha; el Gobierno federal, con torpeza, instigó un movimiento en la Universidad que se inició en marzo de 1966, con objeto de derrocar al rector Ignacio Chávez, un movimiento absurdo e injusto que tuvo como consecuencia inmediata que los alumnos, tanto de la Universidad como del Politécnico y de las demás instituciones de educación superior, tomaran conciencia de la fuerza que tenían al organizarse.

Los reclamos por contar con mayor libertad y mayores posibilidades de participación política se incrementaron. Dos años más tarde, en julio de 1968, se iniciaría un movimiento que se convertiría en un parteaguas en la historia de México como la crisis de legitimidad más grande producida hasta entonces; el Gobierno actuó de manera irresponsable y visceral.

Cuatro años después, en 1972, a causa de problemas sindicales y del manejo burdo de las autoridades universitarias, cayó el rector González Casanova.

Por último, en 1999, se abortó un proyecto de mejora académica planteado por el doctor Barnés, quien quiso continuar con el impulso de reforma y mejoramiento educativo iniciados con el doctor Sarukhán; las reformas propuestas fueron boicoteadas desde dentro y fuera de la Universidad y, después de diez meses de suspensión de actividades, el rector Barnés dejó el cargo.

La Ley, promulgada en 1945, fue pensada para un país que tenía 22 millones de habitantes y la Ciudad de México no superaba los 2 millones. La Universidad contaba con alrededor de 20 mil estudiantes; la oferta educativa de la Universidad a nivel nacional era del 90% de la demanda.

En la actualidad, somos casi 130 millones de mexicanos; la Ciudad de México, sin contar la zona conurbada, pasa de 10 millones los alumnos de la Universidad son más de 350 mil; y, la oferta educativa de educación superior ofrecida por la Universidad no llega al 9% de la demanda.

Estas cifras nos muestran el aspecto meramente numérico de los cambios sufridos, pero hay que agregar lo que ha sido quizás lo más importante y trascendental en estos 80 años: la labor de adaptación hecha por la Universidad para responder a tales contingencias.

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