Una de las ventajas que tiene la democracia, además de la evidente que es permitir a los ciudadanos seleccionar a quienes van a gobernar, es que la sustitución de estos titulares crea un ambiente de esperanza. El ejercicio del poder deteriora a quienes cumplen con esa función; incluso en los casos de mayor respaldo y reconocimiento popular, el desgaste personal termina por entorpecer el desarrollo y ejecución de los planes administrativos y políticos, hasta hacerlos inservibles.

El 1° de octubre tomó posesión Claudia Sheinbaum como presidenta de los Estados Unidos Mexicanos. Todas las ceremonias de toma de posesión son históricas, pero en este caso lo fue mucho más por varias razones; es la primera mujer que llega a la más alta magistratura del Estado; en el presídium, estaba acompañada por otras dos mujeres que encabezaban a los otros dos poderes constitucionales, Norma Piña, Ministra presidenta de la Suprema Corte de Justicia; e, Ifigenia Martínez, presidenta de la Cámara de Diputados, un símbolo por demás edificante del ascenso de las mujeres en la vida nacional.

Haciendo a un lado esto, desde el momento del inicio de la ceremonia hubo un cambio evidente en la forma y el fondo del nuevo gobierno.

Decía Reyes Heroles que, en política, la forma es fondo; y, la forma en la que se expresó la nueva titular del Poder Ejecutivo fue distinta. Pronunció un discurso cuidado, pulcro y pensado, tanto en la redacción como en los términos; bien leído, a un ritmo y en un tono naturales para los mexicanos, sin lapsos e interrupciones de los que distraen más que comunican.

En cuanto al fondo, es más importante lo que no se dijo que lo que escuchamos. Las alabanzas desmesuradas hacia quien dejaba el cargo en ese momento fueron mucho más insistentes que las habituales, queriendo demostrar una cercanía que, quizás, estaba en duda; y que nos hizo recordar discursos similares como los pronunciados por Cárdenas hacia Calles, o el de Luis Echeverría hacia Díaz Ordaz.

Todo discurso político tiene dos partes, una evidente, la que se escucha; y, otra intangible, sujeta a la especulación, la que no se pronuncia.

Entre los asuntos que no fueron referidos y que esperábamos oír se encuentran: las relaciones que sostendrá con los otros Poderes de la Unión y con los Organismos Constitucionales Autónomos; la definición de la política exterior; los ajustes en materia de educación y salud; y, por supuesto, la seguridad pública, quizás el problema más grave que padece la sociedad mexicana en la actualidad.

Estamos en el inicio de un nuevo gobierno, hay muchas cosas que nos dan esperanzas y otras que no sabemos hacia dónde van, pero lo que debemos hacer, sin duda alguna, es dar un voto de confianza para beneficio del Gobierno, de los mexicanos, pero, sobre todo, de México.

Profesor Facultad de Derecho, UNAM

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