Se han dado miles de definiciones de democracia. Las hay literarias, jurídicas, políticas, científicas, románticas, bellas o prácticas; cada uno puede elegir la que más le guste o crea que representa de manera más eficiente y completa su contenido; como dice la Constitución mexicana, no es solamente un régimen político, es un sistema de vida.
En un orden democrático los encargados del ejercicio del poder público, que son quienes obtuvieron mayor número de votos en las urnas, tienen el derecho de conducir las políticas de Estado. Sin embargo, eso no implica el contar con la facultad de aplastar y eliminar a quienes no coinciden con ellos; por el contrario, las obligaciones fundamentales de todo demócrata son respetar, proteger y dialogar con quienes no piensan como este, pues ellos tienen también el derecho de manifestar sus puntos de vista.
En los últimos días, hemos sido testigos de un lamentable espectáculo de avasallamiento por parte de quienes detentan el poder sobre quienes no piensan como ellos.
Hay que recordar a Miguel de Unamuno quien, en octubre de 1936, en un memorable discurso planteó claramente la diferencia entre vencer y convencer. Para vencer, lo único que hace falta es tener la fuerza bruta; para convencer, por el contrario, hay que tener razón en la lucha y estar protegido por el derecho.
La historia le dio la razón a Don Miguel y, después de 40 años, se demostró que quienes vencieron por la fuerza bruta no pudieron convencer y fueron desplazados, marginados y arrojados al basurero de la historia.
Estamos a tiempo. Ojalá y todos nos demos cuenta de que por medio del diálogo, la participación general y el intercambio de ideas se puede llevar a cabo una conducción de la política más conveniente y, lo que es más importante, más eficaz; se debe evitar la imposición de los más que no tienen razón sobre los menos que la tienen.
Profesor Facultad de Derecho, UNAM