Decía Antonio Machado, por boca de Juan de Mairena, que: “La verdad será siempre verdad, aunque todo el mundo diga que es mentira”. Esta afirmación, que parece ser una obviedad, se convierte en actitud beligerante para quienes están empeñados en tergiversar este axioma.
El domingo 18 de febrero en toda la República, pero en particular en la Ciudad de México, se desarrollaron una serie de concentraciones en donde los ciudadanos manifestaron su deseo por defender la democracia y los valores morales que una sociedad plural y dinámica como la mexicana debe tener.
Quienes estuvimos en alguna de las concentraciones o permanecimos pendientes de ellas, quedamos impresionados por la convocatoria, por el ambiente festivo y por su desarrollo.
En primer lugar, la gran cantidad de asistentes que acudieron; a ello hay que agregar el orden y el concierto con que se llevó a cabo; la atención a las indicaciones de no convertir esta marcha por la democracia en un mitin político ni partidario; y, por último, el mensaje pronunciado por el único orador, que fue moderado, prudente y constructivo.
A pesar de todo ello, desde la tarde misma de ese día empezaron a circular información y datos que no correspondían con la realidad: el número de asistentes mencionado era menor del que evidentemente había acudido; que el motivo de la marcha era la defensa de los privilegios y prerrogativas y no del sistema democrático, entre otros.
La calificación ideológica de los participantes está lejos de corresponder a la realidad. La concentración, su desarrollo, la forma pacífica y ordenada de su término, pero sobre todo la satisfacción de sus contenidos hace que, como diría don Antonio, por mucho que quieran hacernos creer que una mentira es verdad, los mexicanos podemos estar orgullosos de lo que pasó ese domingo, de la madurez cívica de quienes participaron en ella, de la imagen que dimos ante el mundo y, particularmente, ante nosotros mismos.