Estamos a menos de dos semanas de las elecciones más grandes de las que se tenga memoria, se repite que son las más importantes y que son históricas; toda convocatoria a las urnas lo es. Quienes pasamos de medio siglo de edad recordamos múltiples de ellas que, aunque la mayoría de las veces, por no decir todas, se tenía perfectamente claro cuál iba a ser el desenlace, el cambio de persona servía para alimentar la esperanza de la actividad política y económica del país, lo que no era poco.

En esta ocasión la situación es distinta, hay tres candidatos; uno se presenta para dividir a la oposición; las otras dos se preparan para recibir un regalo envenenado, un país con una crisis como no se ha visto en muchísimo tiempo, una deuda exterior creciendo a una velocidad y a un nivel alarmantes, una cifra de cientos de miles de muertos y desaparecidos, ineficiencia administrativa, inseguridad pública, problemas en los ámbitos de salud, educación, medios de comunicación, entre otros. Las crisis se enseñorean en todos los niveles: financiera, jurídica, administrativa, política y, sobre todo, lo que es más preocupante, existe una sociedad profundamente dividida.

La forma en que inicien su administración en caso de triunfar en la elección será diversa; una tendrá que asumir el gobierno en situación precaria, sin un grupo político sólido que la apoye, con equipos técnicos gubernamentales desechos, contará solamente con el respaldo popular que le conseguiría el triunfo, pero estaría enfrentada a una oposición beligerante y dispuesta a hacer cualquier cosa para evitar que lleve a cabo su gobierno.

Si, por el contrario, gana la otra candidata, tendrá los mismos problemas pero, si bien puede que no se enfrente a esa oposición agresiva, deberá meditar respecto a la actitud que tomará para fortalecer la imagen de la Presidencia de la República y no permitir, de ninguna manera y por ninguna circunstancia, la formación de un pseudo-maximato de tan triste y trágica memoria en la historia de México; pensar cómo llevar a cabo su gobierno de la manera más sutil y tersa posible, determinar si está dispuesta ello y, por último, evaluar si tiene la fuerza política, administrativa y personal para hacerlo.

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