Quienes han hecho de la ciencia jurídica el objeto de su vida y de su vocación profesional son los que cuentan con los elementos necesarios para analizar las normas jurídicas y sus consecuencias.
Las normas jurídicas, a diferencia de otras reglas de comportamiento humano: morales, religiosas o sociales, cuentan con una estructura sólida clara, pues tienen el objetivo de impedir y castigar sus violaciones, así como la obligación de proteger e impulsar la justicia.
La justicia, a su vez, como cualquier otro valor absoluto; belleza, bondad, gratitud, son difíciles, por no decir imposibles de definir. Sin embargo, ello no impide que funjan como estrellas orientadoras de nuestra conducta; nos dicen claramente hacia dónde debemos ir y qué rutas o caminos debemos evitar.
El Derecho es el sistema, la ciencia o el arte, según se quiera, encargado de promover la justicia. Debido a esa compleja labor, se configura con una estructura profundamente celosa, vengativa, con una magnífica memoria que recuerda, siempre recuerda, lo que se ha hecho en su contra y desprecia profundamente y condena los textos, pues no podemos llamar normas a documentos que carecen del elemento esencial de justicia, dictados por quienes tienen la obligación formal y la función material de expedirlos.
El Derecho no perdona lo que se hace en su contra, sea de manera violenta o pacífica, antes o después, de forma cruel o piadosa, siempre castiga de manera inclemente y toma venganza en contra de todo aquel que atenta en contra de la justicia. Una vez hecho esto, la sociedad, los pueblos y los sistemas jurídicos resarcen los daños causados por dichas conductas contra su integridad.
Es profundamente significativo el lema que enseñorea en mi casa, la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional Autónoma de México: “Ius Semper Loquitur”, “El Derecho siempre habla”.
Profesor Facultad de Derecho. UNAM