Nuestra región históricamente ha dependido de las decisiones económicas y políticas norteamericanas, así, lo que ocurra en el país del norte tiene efectos directos e indirectos en nuestras naciones.
El pasado miércoles juró Joe Biden como el 46° presidente norteamericano y, con él, empieza a quedar atrás los cuatro años de horror y de regresión para Estados Unidos y para el mundo que ocasionó el gobierno de Donald Trump, cuyo legado es una crisis estructural en su país, el racismo y el apoyo al autoritarismo como política exterior, el daño al ambiente y el deterioro de las relaciones con los países europeos y asiáticos.
Pero no es nada fácil el camino que inicia el nuevo presidente norteamericano, pues además de tener que enfrentar una pandemia que la fecha ha dejado más de 400 mil muertos, debe tratar de recuperar una economía que está por el piso y con muchas dificultades de levantarse en el corto plazo.
Tampoco le ayuda el hecho que la América Latina de hoy en día no es la misma de los tiempos de Barack Obama; prevalece una polarización política irreconciliable, subsiste el descredito hacia los partidos políticos, las instituciones y la democracia, así como se ha vuelto incontrolable la corrupción, la violencia y la violación de los derechos humanos, donde Venezuela y Colombia son los mejores ejemplos. Ni que decir de los problemas económicos, de pobreza y de la creciente desigualdad social.
Si bien es cierto la región no ha tenido en los últimos años el interés del gobierno norteamericano, no se puede desconocer el hecho que la presidencia del demócrata es en buena medida gracias al apoyo latinoamericano. Hay recordar que dos de cada tres latinos votaron por Biden.
Uno de los primeros retos que tiene el presidente tiene que ver con el régimen de Venezuela y Cuba. Asumiendo el principio de la defensa de la democracia contra el avance del autoritarismo, el presidente electo ha dejado claro que buscará generar cambios profundos en dichos países. Al régimen de Maduro le envío el mensaje de que si bien hay una disposición de diálogo, el objetivo principal es obligar a que se hagan elecciones libres y justas para restaurar la democracia en Venezuela, lo que tanto necesita esta sufrida nación sudamericana. Con Cuba las cosas serán más difíciles ahora, que como fue en tiempos del gobierno de Obama, ya que Trump volvió a poner a la isla en la lista de patrocinadores del terrorismo lo que complica las cosas, pese a ello, se esperan mejores relaciones. En Brasil, Bolsonaro, uno de los principales devotos del saliente mandatario, quedo más aislado que nunca y ahora tendrá que enfrentar en su deseo de destruir la Amazonia, la visión ambientalista de Biden, que presionará económicamente para frenar la desforestación y su destrucción.
Colombia, otro país cuyo gobierno se arrodilló a los intereses de Trump, llegando incluso a poner en riesgo la histórica relación bipartidista por el rechazo abierto y las falsas acusaciones a la candidatura de Biden, tendrán como agenda común el tema del narcotráfico, los derechos humanos y el proceso de paz.
La migración será el principal eje no solo con México y Centroamérica, sino en la relación con América Latina, en ese sentido, el presidente Biden ha planteado que quiere acelerar el proceso de asilo, sin que eso implique abrir la frontera en lo inmediato. Asimismo, coloca en la agenda incluir la posibilidad de dar la ciudadanía para 11 millones de migrantes indocumentados, una posible expansión de la admisión de refugiados, así como un plan de tecnología para patrullar la frontera, buscando disminuir los cruces ilegales. Todo lo anterior acompañado de una propuesta económica para Centroamérica con el fin de controlar las causas de la migración y en particular las caravanas de migrantes, que son el gran desafío a futuro. Es en este tema donde sin duda se espera que el nuevo gobierno demócrata realmente cumpla, pues una nueva desilusión no lo aguantará el electorado latino.
América Latina está atravesando uno de sus peores momentos no solo motivado por la pandemia, sino por una historia de siglos de un intervencionismo estadounidense que ha promovido el fortalecimiento de sectores económicos y políticos, los grandes responsables de la pobreza, la desigualdad social y la crisis de democracia actual. Este es el momento entonces en que esperamos, que por el poder que se le dio en las urnas, el nuevo presidente norteamericano ya no vea la región como su patio trasero.
Investigador del CIALC-UNAM