El Salvador es un país que presenta uno de los índices de homicidio más elevados a nivel mundial, derivado de la presencia de grupos violentos como son los Mara Salvatrucha MS-13 quienes, según Human Rights Watch, son los principales responsables de reclutar por la fuerza a niños y niñas, someter a esclavitud sexual a mujeres, niñas y lesbianas, gays, bisexuales y personas transgénero. Asimismo, se les acusa de asesinatos, desapariciones, violaciones sexuales y desplazamientos de quienes les muestran resistencia, incluidos funcionarios gubernamentales, miembros de las fuerzas de seguridad y periodistas. Como si fuera poco, a este terrible escenario se le suma la alta pobreza y la desigualdad social, un flujo creciente de migrantes que salen esperanzados hacia Estados Unidos, factores todos estos que sumados a una gran corrupción y hastío político, fueron aprovechados por el “millennial” Nayib Bukele para arrasar en las urnas y ganar fácilmente la presidencia de este agobiado país.
El pueblo salvadoreño puso todas sus esperanzas en quien durante su campaña prometió que no continuaría endeudando al país, como lo hicieron los de Arena y del FMLN, que sería eliminada la mal llamada “contribución especial para la seguridad”, es decir el impuesto que las telefónicas terminaron trasladando impunemente a los usuarios, que su gobierno combatiría la evasión de impuestos, que acabaría la corrupción de raíz y llevaría a la cárcel a exfuncionarios, que crearía una Comisión Internacional Contra la Impunidad (CICIES), como la que funciona en Guatemala y, especialmente, que haría un fuerte combate a la violencia criminal.
Pero que las promesas y la palabra empeñada en las elecciones nos la cumpla- a decir de varios analistas-, no solo es una de las cosas que preocupa del joven presidente, lo que ha despertado las alarmas dentro y fuera del país centroamericano son sus discursos y acciones de autoritarismo, de violencia, de imponer por la fuerza sus ideas. Muestra de ello, es cuando desde los primeros días de su gobierno inició una política desde las redes sociales desde donde da todas sus ordenes, hace cambios y expone a las personas al escarnio público. Ha suprimido varias secretarías de la presidencia y se han cometido violaciones a los derechos laborales de cientos de empleados públicos. En una acción sin precedentesen lavida política de ese país, ingresó al Congreso rodeado de soldadosdel ejército fuertemente armados y dió un ultimátum a los legisladores para que aprobaran un polémico crédito, destinado para la compra de equipamiento del ejército y la Policía, para con ello poder ejecutar un plan en contra de las violentas pandillas. Con relación a esto último, su más reciente y cuestionada decisión fue contra los miembros de pandillas a las que sometió al aislamiento total sin ver la luz del sol o la inédita mezcla en la misma celda de miembros de maras rivales a muerte.
Tales acciones han generado una fuerte crítica de parte de organizaciones internacionales defensoras de derechos humanos que las califican de crueles e inhumanas, pero además, se cuestiona no medir los efectos que tales decisiones puede generar de más derramamiento de sangre. Ya en Latinoamérica, donde Colombia es el mejor ejemplo, se ha visto que no es la violencia la mejor forma de acabar con la violencia. Lamentablemente con Bukele ocurre lo mismo que ha pasado con otros gobernantes de la región; que quieren quedar bien con Estados Unidos y los grandes empresarios, que busca legitimación política con sus peligrosas acciones, que desarrollan el culto a su personalidad, pero que quieren acabar con las consecuencias y no con las causas que dan origen a la violencia.
Y es que mientras no se logre solucionar los verdaderos determinantes de la pobreza, de la desigualdad de los salvadoreños, mientras no haya posibilidades de empleo justos, mientras los campesinos tengan que dejar sus tierras por la presión del narcotráfico, las empresas mineras y las multinacionales, mientras miles de migrantes tengan que salir desesperados por la violencia a seguir arriesgando su vidas en territorio mexicano, mientras lo que impere en el gobierno siga siendo la corrupción, el autoritarismo, el no respeto al estado de derecho y la democracia, se ve muy difícil que este joven presidente “millennial”, a través de miles de tuits enviados a la distancia, esté cerca de solucionar problemas a los que no se quiere poner la cara, a los que se sigue tratando con viejas formulas políticas que no han funcionado en la región. No se trata de cambiar la forma solamente, hay que cambiar el fondo.