Brasil el gran coloso sudamericano se enfrenta a la situación social y política más difícil en la historia reciente, como resultado de la presencia y crecimiento del COVID -19 y el manejo político que está haciendo el presidente Jair Bolsonaro de éste y los demás problemas del estado.

Al igual que la mayor parte del mundo, Brasil presenta los efectos de una pandemia que tiene infectados a más de 76000 personas y que ha acusado la muerte a 4637 de brasileros, colocándolo ahora en el puesto 9 a nivel mundial con más víctimas y sumiendo a la nación en una verdadera crisis sanitaria. Pese a las muertes causadas en el mundo y lo que está ocurriendo, Bolsonaro siempre ha subestimado la amenaza del COVID-19 a la que no solo ha catalogado como una “gripita”, sino que además, se ha opuesto al confinamiento como vía para contener la pandemia. Llegó incluso, ante las discrepancias abiertas con su ministro de salud Luiz Henrique Mandetta sobre cómo gestionar la crisis generada por la epidemia, que decidió destituirlo.

Tal desprecio al bienestar y protección de la población en estos difíciles momentos de salud ha determinado reclamos por parte de los médicos y trabajadores sanitarios, pero también de los jefes de la Cámara de Diputados y del Senado, de jueces del Supremo Tribunal Federal, de gobernadores y de políticos afines a su gobierno, criticas que tampoco podían faltar de organizaciones civiles e instituciones como Human Rights Watch (HRW) entre otras. Hasta el propio presidente Donald Trump, su defensor incondicional, cuestionó el manejo de control del problema que está haciendo Bolsonaro. Dadas las actuales circunstancias de la pandemia, es inexplicable e injustificable que un gobierno prefiera priorizar los intereses económicos de unos cuantos y despreciar la vida de la mayoría, al no escuchar tantas voces expertas que señalan con preocupación la catástrofe que se avecina en materia de salud.

Pero que esto ocurra con un personaje político tan cuestionado como es él, no es raro. Hay que recordar que estamos hablando de un militar muy religioso que desde su campaña a la presidencia mostró abiertamente un discurso homofóbico, machista y racista, nostalgia por la dictadura militar y apología a la tortura. Se entiende entonces que la vida humana no le genere mayor preocupación.

Su ceguera como gobernante no pasa solo por el manejo que está dando a la pandemia, sino por la profunda crisis política que esta ocasionando en Brasil. Muestra de ello es la renuncia de una pieza clave de su gobierno como era el ministro de Justicia y Seguridad de Brasil, Sergio Moro, quien decidió dar un paso al costado - hay quienes dicen que lo hizo también pensando estratégicamente en una futura candidatura presidencial- y, de paso, acusar al primer mandatario de interferir políticamente en las investigaciones policiales en favor de sus hijos. Tales acusaciones han llevado a un juez del Supremo Tribunal Federal de Brasil (STF) a ordenar investigar al presidente, lo cual podría abrir el camino a un pedido de juicio en su contra. Y es que cuando se observa la crisis política y social que ha generado los discursos, las acciones del presidente, quien se dedica a descalificar, a minimizar todo lo que pasa, lo que se denuncia, el que incluso llegue decir como lo hizo hace poco “Quien manda soy yo” o la frase cínica“ ¿Que quieren que haga?”, ahí entonces es cuando es aún más claro que las cosas están muy mal con el gobierno brasilero.

La actuación de Bolsonaro, quien llegó en un discurso a manifestarse a favor de una intervención militar en los poderes Legislativo y Judicial, deja claro que en Brasil en particular y América Latina en general, donde en estos momentos está en juego la sobrevivencia humana, el futuro de nuestros pueblos, prevalece en algunos mandatarios el empirismo pragmático sobre la razón, la protección de los intereses económicos de unos pocos antes que el amparo de las mayorías, la imposición de ideas totalitarias antes que la defensa de la democracia.

Estamos enfrentando una pandemia que está poniendo de manifiesto la alta vulnerabilidad humana, del sistema mismo, del desarrollo tecnológico, pero por otra parte, también nos está mostrando que la agresividad de nuestras creencias y acciones políticas, económicas, religiosas y militares, pueden tener más capacidad destructiva que una pandemia.

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