La profundidad de la crisis ha obligado al gobierno a revelar su naturaleza y apresurar los tiempos. Ha confirmado, en primer lugar, su estrategia para construir una dictadura que se mantenga con el poder. Sus tácticas son las mismas que hemos visto en otros gobiernos populistas y autoritarios. No hay nada nuevo y, por eso, son muy peligrosas para la vida democrática y para la economía de los más pobres.

En los últimos días, poco a poco, el rompecabezas se va armando. Entre otras medidas, el gobierno militarizó la seguridad pública, reconoció su deseo de manejar el ahorro de los trabajadores como si fueran recursos propios, recurrió al expediente fascista de fabricar complots que justifiquen la represión, enlistó qué prensa y qué analistas políticos considera enemigos y, además, advirtió que la investidura presidencial –esa que se deja poner panes en las orejas- va a tener que ser respetada.

La militarización descarada, en un grado que nadie se atrevió antes, marca el inició de la nueva etapa del gobierno. Sus cercanos habían dicho que una medida así abriría las puertas al fascismo. ¿Qué sigue? ¿Para qué quiere al ejército en las calles? Por lo pronto, no ha cambiado la política de abrazos a los narcotraficantes, sigue dejando pasar y hacer. ¿Quiere a los militares para enviarles chocolates a los capos? O, ¿los quiere en la calle en previsión de estallidos sociales derivados de la crisis económica y la pérdida de empleos? ¿Y para qué quiere a los grupos de choque a los que otorga impunidad en Jalisco y la Ciudad de México?

Así como construyó una mayoría artificial en la Cámara de Diputados para garantizar sus primeras reformas, el Jefe del Ejecutivo ha puesto en marcha, a través de sus alfiles en el Congreso, el trafique de curules y escaños para garantizar sus nuevas ocurrencias. Una de ellas, la más importante, apoderarse del dinero público y privado, las afores. Otra, anular los contrapesos con la fusión de los organismos reguladores autónomos: Instituto Federal de Telecomunicaciones (IFE) y las Comisiones de Competencia Económica (Cofece) y la Reguladora de Energía (CRE)

El presidente ha decidido jugar póquer abierto, con las cartas sobre la mesa, confiado en el apoyo de las masas. Su grado de confianza es tal que piensa que puede birlar al obrero sus ahorros y recibir aplausos por ello. Tal como hizo Néstor Kirchner en Argentina en noviembre de 2008 al estatizar las administraciones de fondos de jubilaciones y pensiones, el presidente seguramente logrará desaparecer las AFORES y que el ahorro de millones de trabajadores fondeen el raquítico Banco del Desarrollo, una creación de su inspiración personal.

La invención de conspiraciones y complots ha sido el recurso predilecto de los líderes totalitarios para justificar la represión, el encarcelamiento, el despojo e incluso la muerte de sus adversarios. Entre muchos, destacan Hitler, Stalin, Mussolini, Castro, Chávez, Maduro, Putin, Erdogan, Kim il Sum. Todos ellos actuaron bajo el principio enarbolado recientemente por el Jefe del Ejecutivo: “el que no está conmigo está contra mí”. ¿Eso nos espera en México? ¿Veremos ahora a la Unidad de Inteligencia Financiera encarcelando opositores y periodistas porque un día recibieron una factura y no confirmaron personalmente que la empresa existiera?

En la conspiración que ha inventado, el gobierno incluye a periódicos y analistas que se han negado a militar en la servidumbre intelectual. ¿Qué sigue? ¿Apretará fiscalmente a los medios, como hizo Putin, o los obligará a vender a precio rebajado a los amigos del régimen, como hicieron otros muchos? ¿Reformará la Constitución, como hizo Correa, para declarar que la información es un bien público y, por tanto, el Estado debe vigilar y aprobar los contenidos y los parámetros de su difusión? ¿Sacará del cajón el rechazado proyecto de enero pasado de equiparar la crítica al gobierno con el crimen organizado y castigar con cárcel toda expresión que se considere lesiva al honor del funcionario?

Después de arrastrarla de ridículo en ridículo, el presidente nos dice que ahora la investidura presidencial “será respetada” por los demás. Pero cuando dice investidura presidencial en realidad se refiere a su imagen personal. En el fondo, es el lanzamiento del culto a su personalidad. López Obrador no sólo se siente el Rey Luis XIV –“el Estado soy yo”- sino el mismísimo emperador Carlos V: “no importa que no me entiendan, yo hablo con Dios en español”.

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