La autoproclamada 4T murió antes de nacer. Bien a bien, el presidente Andrés Manuel López Obrador nunca quiso explicar –ni en las 190 páginas de su último libro ni en el Plan Nacional de Desarrollo redactado por su propia mano- los alcances concretos de la misma, más allá de la ilusoria promesa de crecer al 6 por ciento anual y el no menos irreal y demagógico ofrecimiento de crear un millón 200 mil empleos formales cada año.
Sin nutrientes que le dieran forma y contenido para llegar a compararse con la Independencia, la Revolución o la República Restaurada, la 4T quedó reducida a frase hueca, un cascarón, remitida exclusivamente al programa clientelar más ambicioso de la historia moderna, en el mismo camino abierto por Carlos Salinas de Gortari y su Programa Nacional de Solidaridad, que soñó con cambiar el nombre del Partido Revolucionario Institucional y mantener a su grupo 24 años en el poder. López Obrador se parece a Salinas de Gortari en su ansia del poder por el poder mismo.
La 4T sólo existe en las cabezas de las notas periodísticas y en la mente de los fanáticos seguidores de a pie del Jefe del Ejecutivo, impermeables a cualquier razonamiento, ciegos ante los hechos y los argumentos. Este comportamiento de la masa es típico de los gobiernos autoritarios, de la fascinación por el carisma. Al mismo tiempo, lo más probable es que arriba, en la nueva élite del poder, ni siquiera se crean el eslogan de López Obrador, pero se ajustan a los ritos para disfrutar las mieles del poder. A su manera, sería una compensación a cambio del indigno tratamiento que reciben, como simples figuras decorativas.
Desde un principio, el gobierno demostró un claro desapego hacia los necesitados: desapareció las estancias infantiles, los comedores populares, el Seguro Popular, los refugios para mujeres golpeadas… de tal manera que a un año se le puede aplicar, sin atenuantes, la cita que más le gusta al presidente y que le atribuye al gran escritor ruso León Tolstói: “un Estado que no procura la justicia no es más que una banda de malhechores”. En lugar de gobernar, los funcionarios hacen propaganda llena de fantasías; viven en un mundo paralelo, mientras en la realidad dejan a los pobres sin salud pública, sin empleos y sin seguridad.
En materia de lucha contra la corrupción, protegen la propia, critican la ajena y perdonan las dos. Las tronantes acusaciones contra Peña Nieto por su corrupción –vinculación con Grupo Higa y OHL, sobrecostos de los hospitales de Zumpango e Ixtapaluca, dinero de Odebrecht- se convirtieron en protección abierta y confirmación del Pacto de Impunidad que permitió a López Obrador llegar a la presidencia. ¡Qué lejanos parecen los tiempos en que el Jefe del Ejecutivo exigía licitaciones públicas para otorgar obras del gobierno! ¡Ah cuando criticaba la Casa Blanca de Angélica Rivera! Ahora cierra los ojos ante las 23 casas y 12 empresas de Manuel Bartlett.
Hace tres años, la actual nueva élite aplaudía a rabiar cuando López Obrador se preguntaba: “¿qué beneficios sociales ha dejado el monopolio de los medios de comunicación electrónicos –radio y televisión- cuyos concesionarios gozan de privilegios a cambio de proteger al régimen corrupto con la implantación de prácticas totalitarias que van desde la manipulación y el ocultamiento de la verdad hasta el desprestigio y aniquilación mediática de sus opositores?”
Ahora tienen que aplaudir con el mismo entusiasmo a los mismos concesionarios que, casualmente, integran el Consejo Asesor Empresarial del Jefe del Ejecutivo, que ha dejado de identificarlos como parte de la mafia del poder y la minoría rapaz. Aquellos que llamaban a boicotear el Teletón ahora borran sus tuits porque el presidente ha pasado de crítico acervo a promotor entusiasta del mismo Teletón. Y todos lo hacen alegremente, dejando a un lado los principios que decían tener, para aferrarse a la ubre, como se decía antes.
Para seguir la lógica que aplicó la nueva élite del poder en el pasado, los muertos de López Obrador no sólo están ocurriendo en la calle, con el año más violento de la historia, sino ahora también en los hospitales públicos y en las clínicas de salud por falta de medicinas. El desastre provocado por el nuevo gobierno abarca todos los órdenes y niveles. Una buena parte de los mexicanos que votaron por hartazgo han comprendido que estamos peor con López Obrador. Sus principios enarbolados en campaña, resultaron muy flexibles en el gobierno.