Diez millones de nuevos pobres, ¿representarán más o menos votos para el gobierno? La pregunta parece contraria al sentido común: muchos apostarían que la crisis provocará que el presidente pierda muchas plazas en las elecciones federales del 2021. Pero las cosas no son tan sencillas: los pueblos suelen sacrificarse por sus creencias y votar en contra de sus propios intereses.

¿Serán los nuevos pobres los ejecutores de su verdugo? O, por el contrario, ¿se repetirá el fenómeno siempre sorprendente de las masas dispuestas a colaborar para su propia ejecución? Es bien sabido que los fanatizados por un credo político, sea fascista o populista, no pueden ser influidos por ninguna experiencia ni por ningún argumento. No les bastan los hechos para aceptar la realidad. Son capaces de tolerar e incluso practicar las peores atrocidades.

El presidente López Obrador lo sabe muy bien. Por eso, desde hace dos semanas, ha utilizado con mayor insistencia los montajes mañaneros para decir que toda crítica contra su gobierno tiene intenciones electorales. Al negar la realidad y atajar todo análisis, busca mantener el control sobre sus bases electorales que perdieron su empleo y fortalecer aquellas que lo conservaron. De aquí que le urja reanudar la campaña permanente, ahora por semanas enteras, a partir del próximo martes.

Todos los pronósticos especializados coinciden en que la crisis dejará millones de nuevos pobres. Los cálculos de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) varían de 6.1 a 8.9 millones, el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval) estima de 8.9 a 9.8 millones; Bancomer, en un escenario optimista, eleva la cantidad a 12 millones, los cuales, en modo pesimista, llegarían hasta 18 millones. El Centro de Estudios Educativos y Sociales (Cees) y Mexicanos Contra la Corrupción y la Impunidad (MCCI) estima un impacto de 12.2 millones de nuevos pobres.

A pesar de ese negro panorama, el presidente mantiene altos grados de aprobación, de acuerdo con la encuesta de El Universal, del lunes 25 de mayo. No es extraño, todos los dictadores carismáticos han sido muy populares. Hannah Arendt destacó lo inquietante que resulta el verdadero altruismo de sus seguidores: “no se conmueven cuando el monstruo empieza a devorar a sus propios hijos”.

Además, el tipo de gobierno de López Obrador es de los más nocivos para la población. Ya en 1793, Kant advertía que podría surgir “un gobierno basado en la benevolencia hacia el pueblo, como la de un padre hacia sus hijos. Bajo tal gobierno paternal los súbditos, como niños inmaduros que no pueden distinguir lo que es verdaderamente útil o dañino, se verían obligados a comportarse en forma puramente pasiva y a depender del juicio del jefe del Estado acerca de la forma en que ellos deberían ser felices y de su bondad para que desee la felicidad de ellos en absoluto. Tal gobierno es el despotismo más grande que puede concebirse, es decir, una constitución que suspende totalmente la libertad de los súbditos, quienes no tienen así ninguno de los derechos”.

Los pobres son el mercado electoral preferido del presidente López Obrador. Públicamente ya se ha preguntado ¿qué hacer con los ricos? Y en privado seguramente ya tiene pensado qué hacer con los nuevos pobres: incorporarlos al gasto electoral disfrazado de programas sociales. El problema es que no tiene dinero. En los primeros tres meses del 2020, Pemex, la principal empresa del país, ha perdido 562 mil 250 millones de pesos. Sus ingresos por exportación de petróleo y venta de gasolina también están dejando un hueco de grandes dimensiones.

La nueva realidad le impone al gobierno una reforma fiscal para exprimir a la clase media. El gobierno duda en realizarla de una vez, ahora que tiene mayoría en la Cámara de Diputados, porque pudiera afectar sus oportunidades electorales en 2021. Pero si la deja para después de las elecciones pudiera ser que ya no tenga la mayoría para sacarla adelante. El hecho es que si quiere salir a buscar los votos de los nuevos pobres necesita mucho más dinero. De ahí que cada día adquiera más relevancia la intención de apropiarse de los ahorros de los trabajadores bajo el pretexto de que en el neoliberalismo “se privatizaron”.

Asimismo, desde hace dos semanas, los operadores de las redes sociales del gobierno vienen posicionando la idea de que al presidente no se le escucha como es debido pues, dicen, si lo hiciéramos todos estaríamos convencidos de su bondad y de su visión. Tienen razón, pero por razones contrarias. Si estuviésemos atentos al espectáculo estaría claro, en efecto, que el cambio de régimen ofrecido es sustituir la democracia por una dictadura paternalista, la peor de todas.

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