En este gobierno la desigualdad social ha crecido como nunca. En sólo dos años y a pesar de la crisis económica provocada por el gobierno y agudizada por la pandemia, los ricos se han hecho más ricos que nunca y los pobres, más pobres que en los 36 años del llamado “periodo neoliberal”. El hambre, el desempleo, la pobreza salarial así como los homicidios dolosos, los feminicidios y los asaltos se han incrementado. Sin embargo, si hacemos caso a las encuestas, este contexto pareciera no influir en las elecciones.
A diferencia de otros populistas que al principio tuvieron crecimiento económico, generaron empleos y hasta lograron hacer realidad la movilidad social, el gobierno de López Obrador solamente ha cosechado fracasos en todos los aspectos, excepto en su obsesión por concentrar el poder. El jefe del Ejecutivo no tiene, objetivamente, un solo caso de éxito y, sin embargo, el triunfo de su partido en las elecciones del 6 de junio se sustenta en su figura y en sus acciones, muchas de ellas ilegales al intervenir directamente en las elecciones. Y no lo niega, lo admite con total arrogancia, como hizo el martes 11 de mayo.
En enero pasado, la organización “Sí por México” dio a conocer un estudio que exhibe un crecimiento del 8 por ciento en la desigualdad social, un alza que no se registra en ningún otro sexenio. Está casi 3 puntos porcentuales por encima del promedio para América Latina, el cual fue de 5.6 por ciento y significa una década perdida, de acuerdo con la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL). El exsecretario de Hacienda, Carlos Urzúa, escribió precisamente en las páginas de EL UNIVERSAL, que este sexenio está perdido.
A finales de marzo pasado, el Centro de Estudios Espinosa Yglesias dio a conocer que 13 millones de personas de los estratos medios y altos descendieron a las filas de la pobreza salarial, es decir, sus salarios dejaron de alcanzar para comprar la canasta básica alimentaria. Se trata de 13 millones de personas de la clase media. Previamente, el nuevo Coneval, a pesar de contar con un nuevo director al gusto del presidente, pronosticó 10 millones de nuevos pobres, para alcanzar un total de 70 millones de mexicanos por debajo de la línea de la pobreza.
Muchos de los que ya eran pobres cayeron en pobreza extrema. Hasta el diario La Jornada publicó el 4 de marzo que el año pasado “la pobreza extrema en el país aumentó a 18.3% de la población, eso implica un 7.7% más que en 2019”. El porcentaje oculta el número absoluto: más de 22 millones 680 mil personas tienen ingresos inferiores a mil 741 pesos mensuales en zona urbana y mil 326 en el campo. En consecuencia, los programas sociales del gobierno y las remesas son simples paliativos para el día a día. Sin reactivación económica la pobreza, la miseria y el hambre seguirán creciendo.
Paralelamente, la política de “abrazos, no balazos” ha empoderado a los cárteles del narcotráfico, los cuales, de acuerdo con agencias de inteligencia de Estados Unidos, duplicaron el territorio nacional bajo su dominio al pasar del 20% en 2018 al 40% en el 2021. Ese crecimiento, como hemos visto frecuentemente, es a costa de miles de personas que son desplazadas y despojadas de sus casas, negocios, animales, cosechas. Los años del gobierno de López Obrador son los más violentos desde que se tiene registro. Entre el 1 de diciembre de 2018 y el 9 de abril del 2021, de acuerdo con T-ResearchMX, acumula 80 mil 582 homicidios dolosos.
¿Somos los mexicanos tan masoquistas como para mantenernos en el camino de la destrucción? Si le creemos a las encuestas, parecería que sí. Por su parte, el gobierno parece seguro de tener 23 millones de votos a los que ha invertido más o menos 400 mil millones de pesos por año. Pero los mexicanos están viendo que lo que reciben por un lado, se los quitan por otro. Los aumentos de precios en la gasolina, el gas y la electricidad provocaron una inflación como no se había visto en los últimos 21 años. El gobierno carece de presupuesto para aumentar las becas en la misma proporción que aumenta la inflación. Las dádivas del gobierno tienen un efecto muy limitado para mejorar la vida de las personas.
El hambre y la violencia parecen no tener impacto en las encuestas. Es posible que la gente esté ocultando su verdadera intención de voto. Lo veremos en las elecciones de junio. Veremos si los ciudadanos deciden parar la destrucción o saltar de la sartén al fuego.