Profesor de filosofía en Yale y visitante en Oxford, dos de las más prestigiadas universidades del mundo, Jason Stanley, articulista regular en The New York Times, nunca menciona a México ni al presidente Andrés Manuel López Obrador, pero sus descripciones y análisis le quedan como anillo al dedo.
Su más reciente libro “Cómo funciona el fascismo” parece una radiografía del México del 2021, aunque en realidad analiza los gobiernos de Estados Unidos en la era Trump, Rusia, Hungría, Polonia, la India y Turquía.
En el prólogo, Isaac Rosa lanza una advertencia que también parece escrita expresamente para los mexicanos: “si algo nos enseña el pasado es que el triunfo del fascismo siempre se entiende años después: en el momento parece inadvertido, no lo vemos venir, no creemos que pueda pasarnos a nosotros. Siempre es demasiado tarde”
Stanley señala que la situación de cada nación es única por lo que el término fascista aplica, en general, para el ultranacionalismo en el que figura un líder autoritario que dice representar al pueblo y hablar por todo el pueblo. Algo parecido al “yo ya no me pertenezco, yo soy de ustedes” que expresó López Obrador al asumir el poder, recreando, sin darle crédito, una frase del dictador venezolano Hugo Chávez.
El libro es de una riqueza extraordinaria y resulta muy útil para explicar el actual estilo presidencial de gobernar. Aquí algunas citas:
“Dar publicidad a falsas acusaciones de corrupción mientras se participa en operaciones ilícitas es algo característico de la política fascista y las campañas anticorrupción suelen ocupar un lugar central en los movimientos políticos fascistas”. No hay necesidad de agregar que hasta el momento no hay un solo sentenciado por corrupción en tres años de gobierno. Existen, en cambio, pruebas de corrupción de los hermanos del presidente, una prima, dos cuñadas, el secretario particular, el vocero… por no hablar de Bartlett, Nahle, Robledo…
“La política fascista pone en su punto de mira el conocimiento especializado para burlarse de él y devaluarlo. En una democracia liberal, los líderes políticos tienen que escuchar a aquellos que representan, además de a expertos y científicos que pueden explicar con mayor exactitud qué consecuencias tendrán las medidas políticas en la realidad”. Aquí tampoco es necesario recordar las afirmaciones presidenciales de que en las universidades extranjeras enseñan a robar o que extraer petróleo y gobernar no tienen ninguna ciencia.
“La política fascista reemplaza la realidad por las declaraciones de un individuo concreto o, quizá, de un partido político. La repetición constante de unas mentiras evidentes forma parte del proceso que sigue la política fascista para destruir el espacio de la información. El líder fascista sustituye la verdad por el poder para mentir sin que tenga consecuencias”. En estas páginas, Luis Estrada ha documentado que el presidente López Obrador acumuló 61 mil 79 mentiras, sólo en las conferencias mañaneras. Y en los 55 minutos que duró el Tercer Informe de gobierno agregó 88 más.
“La política fascista transforma las noticias, que dejan de ser una vía de información y debate razonado para convertirse en un espectáculo en el que el forzudo es la estrella… El fascismo quiere destruir la relación de respeto mutuo entre ciudadanos para reemplazarla por la confianza en una única persona: el líder. Cuando el fascismo llega a su punto álgido, los seguidores del líder lo ven como una figura excepcionalmente digna de confianza”. Y eso que Stanley no ha visto los montajes mañaneros ni la sección “quién es quién en las mentiras”.
“El nacionalismo es la esencia del fascismo. El líder fascista se vale de un ambiente de victimismo colectivo para generar un sentimiento de identidad nacional que nada tiene que ver con el espíritu cosmopolita ni con el individualismo de la democracia liberal”. Bajo esta luz se explica mejor la carta del presidente exigiendo al Rey de España disculpas por La Conquista.
El libro contiene una advertencia de la que todos deberíamos de tomar nota: “Contra el fascismo que ya está aquí no podemos ser espectadores. Tampoco fiarlo todo a la fortaleza o infalibilidad de la democracia, de las instituciones, de los partidos o los intelectuales. Tampoco confiar en el triunfo natural de la razón y la verdad, que no bastan frente a las emociones y las falsedades que emplean los ultras en su avance”