Fernando Herrera Ávila

El fracaso más rotundo

30/11/2019 |03:54
Redacción El Universal
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Hoy el presidente López Obrador cumple, formalmente, un año en el poder, aunque empezó a mandar justo después de ganar las elecciones. En este lapso avanzó notablemente en el ejercicio político, acumulando para sí mismo más y más poder, pero perdió en todos los frentes que importan para el bienestar de la sociedad.

Es cierto, su popularidad es superior a la de sus antecesores, pero su desempeño es el más bajo de todos, excepto Zedillo, por la crisis del noventa y cinco. A diferencia de otros presidentes que fueron sacudidos por el entorno internacional, López Obrador tuvo el viento a favor, con una economía creciendo en Estados Unidos, de tal manera que los resultados, en un gobierno donde su palabra es ley indiscutible, son producto de sus decisiones personales.

Entre los éxitos del presidente debemos reconocer su eficacia para controlar el Poder Legislativo con su partido, lo cual logró con diversos trucos, como una sobrerrepresentación en la Cámara de Diputados; su creciente influencia en el Poder Judicial, tanto en la Suprema Corte como en el Consejo de la Judicatura; su acotamiento a los organismos autónomos y su eficacia para hacer de la mentira una política de Estado. El gobierno miente constante y deliberadamente para ocultar el fracaso de sus prejuicios puestos en práctica.

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En un año, promesas de campaña como crecer al seis por ciento y crear 1.2 millones de empleos al año, fueron saboteadas por sus propias decisiones, entre las cuales destacan: cancelar las obras del nuevo aeropuerto internacional de Texcoco, la suspensión de las rondas petroleras y de las licitaciones de electricidad, el cambio de reglas en la producción de energías limpias (los famosos CEL confundidos en el Senado), la caída de la inversión pública, o la desaparición de organismos promotores de la inversión y el turismo, como Promexico y el Consejo de Promoción Turística. Nadie sino él mismo es responsable de los resultados.

El presidente tenía mucha razón cuando en campaña decía que sin crecimiento económico no hay empleo, sin empleo no hay bienestar y sin bienestar no hay paz social. Pero ya en el poder hizo todo lo contrario. En su nuevo libro, “Hacia una economía moral”, señala como “el más profundo de los fracasos” que en el pasado hubo años en que Haití creció más que México.

Pues bien, con sus propias palabras se puede argumentar que su dicho es una autoevaluación, pues en 2019 México perdió su inercia de 2.5 por ciento y cayó a 0.0 por ciento de crecimiento, mientras Haití espera cerrar el año con un crecimiento superior al de México.

En materia de política exterior tampoco puede rendir buenas cuentas. Al contrario, iniciará su segundo año bajo la posibilidad de que Estados Unidos declare a México, en los hechos, un Estado fallido, si Donald Trump hace efectiva la pretensión de colocar a los cárteles el narcotráfico de México en el catálogo de terroristas.

En buena parte, es un resultado no previsto en su política de “abrazos no balazos”, por su declaración del fin de la guerra contra el crimen organizado, por la decisión de dejar hacer y dejar pasar el tráfico de drogas, por la liberación del hijo de “El Chapo” y la indolencia ante el asesinato de 3 mujeres y 6 niños Lebaron.

El exceso de poder político ha sido su lastre principal. Tiene una mayoría en el Congreso que le obedece ciegamente, para cambiar la ley y colocar a sus amigos en el Fondo de Cultura Económica o el Sistema de Administración Tributaria, e incluso para hacer fraude, robarse dos votos e imponer en la Comisión Nacional de los Derechos Humanos a una fanática del jefe del Ejecutivo.

Tiene razón cuando dice que las reformas logradas hacen una nueva Constitución, pero se olvida de un detalle muy importante: no basta tener buenas leyes para que la realidad cambie en automático. La realidad no se ajusta a la ley, por muy noble que sea.

A lo largo de este año también ha quedado clara la política de la simulación: el Estado Mayor reaparece para cuidar al dictador Evo Morales, el CISEN se mantiene espiando a los adversarios políticos del presidente. Si una mañana algunos protestan en una gira, por la tarde los escribanos del gobierno ya tienen sus fichas y los están linchando en las redes sociales. En nombre del 68, dicen que desaparecen el Batallón de Granaderos, pero vuelven a aparecer cuando hay que cuidar a los diputados de Morena para que voten, sin cambiarle una coma, el presupuesto que les envío el presidente.

En resumen, el presidente gana, la sociedad pierde.