En el 2018 el país estaba desordenado y la corrupción cubría la faz del gobierno. Entonces ganó él y dijo: sea la luz, y sus fieles vieron la luz. Y separó a los chairos de los fifís y los nombró solovinos. Dividió en buenos, los suyos, y malos, todos los demás. Después dijo produzca la tierra… y la tierra no hizo caso. Agregó: hágase la paz, y la paz no se hizo. Y en el país reinó el caos.
Ha tenido éxito en concentrar el poder político y ha practicado día tras día su obsesión de renombrar las cosas, pero, como en los mejores tiempos de la dictadura perfecta, terminan significando lo contrario de lo que expresan. Así cuando se proclama demócrata se entiende autoritario y cuando dice vamos bien es que vamos mal. Cuando dice que hay desarrollo es que estamos en recesión económica.
Sus seguidores, con la fe del carbonero, le muestran un grado de obediencia superior a cualquier otra secta e inundan las redes repitiendo cosas que no entienden. Pero quienes conservan capacidad crítica lo consideran un demoledor de instituciones, uno que goza de poderes políticos superiores a sus antecesores recientes, pero, como el aprendiz de mago, causa más estragos que composturas en todo aquello que toca.
Si la ley resultaba un obstáculo para favorecer a su amigo Paco Ignacio Taibo con la Dirección General del Fondo de Cultura Económica pues, según la expresión del beneficiario, “se la meten doblada al Senado” y cambian la ley. Si hay que hacer fraude a la luz del día, ante las cámaras del Canal del Congreso, para imponer a su amiga al frente de la Comisión Nacional de Derechos Humanos pues se hace el fraude y ya, a otra cosa.
Cuando mandó al diablo las instituciones estaba hablando en serio. Hoy que tiene el poder político, las está desbaratando a conciencia, para establecer una dictadura. Desde luego, no le preocupa arrastrar el prestigio de las instituciones por el fango y el descrédito. No le importa que sean imparciales, respetadas en el ámbito internacional: lo único que quiere es que le obedezcan, ciegamente y sin chistar. De rodillas, de ser posible.
Ya tiene un presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación obsecuente, un Fiscal General que él impuso con sus fieles secuaces del Senado y al que llama independiente, una secretaria de la Función Pública para cuidarle las espaldas a todos sus amigos, un gobernador que es punta de lanza para establecer la prolongación de mandato, una CNDH para resolver las quejas en el sentido que él quiera, un gabinete sin sombra… todo el poder político.
Y desde la semana pasada tiene en México a un personaje al que todos los altos mandos de la nueva élite del poder rinden pleitesía y adoración. En uno de esos extraños giros que ocurren en la política, Evo Morales podría terminar desplazando a Marcelo Ebrard de su vicepresidencia y a Enrique Dussel de la consejería espiritual. ¿Por qué desperdiciar tantas virtudes como le encuentran al boliviano? Si Evo hizo crecer la economía y sacó a millones de la pobreza, ¿por qué no aprovecharlo donde López Obrador no puede? Si Evo cambió la Constitución y se reeligió tres veces, ¿por qué no aprovechar su experiencia para cumplir el sueño dorado del presidente?
Acorde con el sentimiento de omnipotencia del líder, su movimiento odia el pensamiento en sí. Pero los muchos que ven, encuentran un lazo de unión entre la decisión de cancelar el aeropuerto de Texcoco y la caída en el crecimiento de la economía mexicana. El descenso en la actividad industrial, la construcción y el consumo al menudeo indican que estamos muy cerca de la recesión.
Sus fieles secuaces han dejado de aplicar los mismos criterios a los mismos fenómenos. Así, los “muertos de Calderón” o los “muertos de Peña Nieto” ya no son los muertos de él, aunque sean muchos más. Los primeros nueve meses del presente año han sido los más violentos de los últimos 20 años. El asesinato de tres mujeres y nueve niños de la familia LeBarón, uno de los más horrendos. Y el gobierno lo único que hace es tender cortinas de humo.