Todas las mañanas somos testigos de un montaje en el Palacio del presidente. Disfrazado de conferencia de prensa, con bufones y escribanos, el espectáculo cumple una función que solemos pasar por alto: inyectar una ideología en las masas para anestesiar su sentido moral. Es un paso necesario para justificar cualquier medida del Jefe del Ejecutivo, aunque provoquen la pérdida de vidas humanas o generen dolor, angustia y desesperación, como está ocurriendo con la pandemia.
Lector asiduo de Lenin –me ha tocado ver que ha citado elogiosamente el libro “El Estado y la Revolución” por lo menos tres veces en menos de seis meses-, el presidente entiende que una ideología, es decir su propio sistema de creencias y supersticiones, debe ser inyectada a las masas. Cada día debe ser cultivada, protegida de la razón y la realidad, alimentada con nuevas mentiras, sostenida por un aparato de propaganda lo más amplio posible y una constante seducción de la masa mediante el elogio.
El presidente presume, sin que podamos comprobarlo o desmentirlo, haber sido alumno del afamado y respetado filósofo marxista Adolfo Sánchez Vázquez. Entre paréntesis, Sánchez Vázquez fue en la UNAM y en la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo un crítico del dogmatismo. Supongo que rechazaría el pensamiento mágico y las estampitas cristeras contra el coronavirus, así como el dogmatismo y la irresponsabilidad del actual Jefe del Ejecutivo.
Lo que sí sabemos es que de acuerdo con los textos del marxismo-leninismo en boga durante la época estudiantil de López Obrador, allá por los lejanos años 70 del siglo pasado, sólo existen dos ideologías: la burguesa y la socialista, pero la segunda, la socialista, nunca se desarrollará por sí sola sino que, al contrario, si se le deja a su propio desarrollo, se subordinará a la burguesa. Por eso, es una responsabilidad de la nueva élite en el poder inyectarla en las masas y mantenerla con recursos propagandísticos.
La ideología es, en términos marxistas, el conjunto de creencias, generalmente falsas, que sirven a la burguesía para mantener su dominio. Esta definición funciona de la misma manera y con igual validez si sustituimos burguesía y en su lugar colocamos el populismo del presente gobierno. Entre otras, la ideología tiene la función de inducir la anestesia moral.
La anestesia moral, de acuerdo con Leonard Schapiro, “puede describirse como la neutralización, mediante justificaciones ideológicas (es decir, ideas falsas determinadas por la clase en el poder para conservar el poder), de la grave repulsión moral frente a las atrocidades y brutalidades perpetradas por el líder. Un aspecto marcado de este tipo de persuasión ideológica es el hecho de que se usa para dirigir el odio y la execración de la masa contra cierta clase de personas”. Un hecho concreto es que negar la peligrosidad de la pandemia ha costado más de 35 mil vidas.
Eso es precisamente lo que buscan los montajes mañaneros: anular la conciencia moral de las masas. Mientras se utiliza para explotar el resentimiento y difundir el odio, se activan cuentas falsas en las redes sociales, donde tienen un amplio control, para criticar a las víctimas de la violencia, como los pequeños niños Lebaron, asesinados a balazos y quemados en Sonora; para burlarse de los padres de los niños con cáncer, sin acceso a medicinas en los hospitales públicos; para denostar a las mujeres que marchan contra la violencia, que se manifiestan por el aumento de los feminicidios o por el incremento de la violencia intrafamiliar.
La estrategia es gradual, empieza en el anonimato, pero pronto, como vimos, involucra a funcionarios de alto nivel, como el subsecretario Hugo López Gatell, vocero presidencial para la pandemia del Covid19. Cuando culpa del contagio a los ricos que trajeron el virus no está cometiendo un error, está ajustándose a una estratégia para alimentar el odio popular. Esta siguiendo la regla leninista: apelar al odio, al resentimiento, a los instintos profundos de la masa del pueblo, a sus tradiciones, sus emociones, temores y esperanzas.
Lo que busca es convencer a las masas de que sus sufrimientos son culpa directa de los ricos conservadores, lo cual aleja las críticas a las medidas inadecuadas o contraproducentes tomadas por el presidente. De ahí a justificar cualquier medida que se tome contra los conservadores –cualquiera- hay solamente un paso.