Entre los muchos errores cometidos por la nueva élite del poder, la pésima gestión de la pandemia es uno de los más costosos, en términos éticos y morales, porque se está pagando con vidas humanas. Es evidente que al negar la gravedad del coronavirus y al no adoptar las medidas adecuadas, el gobierno es responsable de que la pandemia se haya extendido y esté causando muertes que pudieron evitarse.

Quizá el nuevo gobierno no sea tan corrupto como la pasada administración, pero nos sale más caro y provoca más dolor. Cientos de niños con cáncer han muerto por falta de medicinas en los hospitales públicos, miles de mujeres con cáncer de mama se han quedado sin tratamiento, 53 millones de mexicanos pobres perdieron la protección del Seguro Popular. Este gobierno resultó completamente inhumano. Tan es así que se negó a etiquetar un presupuesto para la compra de vacunas.

Y es que estamos ante un modelo viejo de gobierno, donde el poder personal llega a serlo todo, por encima de los principios morales y la ideología autodeclarada. Por eso ocurre exactamente lo que está pasando en el sector salud. No hay funcionario que se atreva a cuestionar el rumbo y el discurso marcado por el presidente. Nadie dijo nada cuando López Obrador sostuvo que el coronavirus no era ni siquiera una influenza. Todos se callaron ante el “no pasa nada” y el exhorto a salir a las calles, a abrazarse, a llevar a la familia a comer a los restaurantes.

En pocos días, México habrá llegado a los 100 mil muertos por Covid19. Si le hacemos caso a los expertos, hace días que México rebasó los 200 mil decesos, lo cual nos colocaría como el segundo país con más muertos en el mundo. El daño es mayúsculo desde cualquier perspectiva. Es inhumano y lo peor de todo es que fue causado conscientemente. Se tomó una decisión política y se subordinó la opinión científica y la experiencia de diversos países.

No hay manera de ocultar el fracaso, incluso si aceptamos las cifras oficiales, las cuales -según reconoce el propio gobierno-, están maquilladas. Es un fracaso monumental, aterrador, innegable. Para dimensionarlo sin lugar a dudas y sin subjetividades, hay que compararlo con los resultados de algún país con la misma población de México. Por ejemplo, Japón.

Japón tiene 126 millones de habitantes, más o menos los mismos que tiene México. En Japón aplicaron pruebas masivas de diagnóstico, se impuso el cubrebocas y se dio seguimiento a los casos de contagio. También hubo confinamiento de la población y estrictas medidas sanitarias. Pues bien, Japón, con 126 millones de habitantes, acumulaba hasta el 12 de noviembre mil 854 decesos.

México, con 126 millones de habitantes, tenía en la misma fecha 97 mil 56 decesos. Es decir, de haber actuado como lo hicieron en Japón, aquí se habrían salvado 95 mil 202 vidas. Pero el presidente hizo todo lo contrario. Empezó por negar la gravedad de la pandemia, sin tener datos. Esa es una de las principales causas. Nos dijo que era como una gripe. El 27 de febrero aseguró que ni siquiera era equivalente a la influenza. Y así se comportó. Invitó a todos a abrazarse, a salir de casa, a llevar a la familia a comer al restaurante, con la frase “no pasada nada”.

Pero sí estaba pasando, el número de muertos subía, pero el presidente prefirió cerrar los ojos. Exhorto al país a “no exagerar”. Para él la pandemia era una buena noticia. “Nos cayó como anillo al dedo”, presumió. Su vocero para la manipulación de las cifras, Hugo López Gatell, había dicho que 60 mil muertos era el escenario catastrófico.

Pues bien, cuando se rebasó esa cifra, el presidente dijo que México era un ejemplo para el mundo. Pues sí, es un ejemplo, pero de lo que no debe hacerse. También dijo que “no hay en el mundo un equipo así” y tiene razón: quizá en ningún país la gestión de la pandemia haya sido tan mala.

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