No debemos olvidar que el presente sexenio, como en su momento lo hizo el anterior, inicia su gestión visibilizando las heridas de la humillación sobre la cual se ha construido una versión de la identidad nacional. La estigmatización del Reino de España como culpable de un proceso de conquista que fue cruento, es una visión parcial e incompleta. El mito de la humillación de la Malinche por Cortés, privilegia a la violencia como el hecho fundamental que explica el mestizaje. La nacionalidad mexicana surge así como una imposición que hasta hoy no es superada.

Poco importa que López Obrador u hoy, la Presidente Sheinbaum, sean el resultado de la pluralidad de México y de la generosidad de esta tierra para recibir y procesar las influencias europeas sobre la experiencia americana. El estereotipo de la expoliación de los pueblos indígenas por fuerzas extranjeras es una leyenda que lastima a muchos y es aprovechada por otros para ganancia política. Todos los reduccionismos históricos lo son en tanto que ignoran toda una serie de factores para explicar la evolución cultural y política de una nación. Ignorar esta herida profundamente arraigada en nuestra memoria histórica, es tan insensible como lo es la manipulación que le exacerba para fomentar resentimientos y rencores.

Una de las miradas más lúcidas a este problema nos lo brinda Octavio Paz a través del desarrollo del Laberinto de la Soledad. En la medida que nuestra realidad presente es el fruto de un pasado violento e impuesto desde fuera, es que somos básicamente una sociedad desconfiada. Nuestra independencia y luego las guerras de reforma son las gestas contra el invasor. Ahí la mexicanidad se afirma como resistencia al otro. La época virreinal y el imperio mexicano son episodios negros de la historia nacional que deben ser minimizados. Esto genera una apreciación interesante. El liberalismo mexicano satanizó a las intervenciones europeas y utilizó un rasero distinto para comprender nuestros conflictos con los Estados Unidos de América. Sobre esta diferencia de trato se construye el reclamo oficial a España.

La transición democrática corrió a la par de la apertura de México al mundo. El fracaso de este proceso, traducido en la regresión autoritaria de los últimos años, subestimó la herida de la humillación y el recelo por el otro. Poco importó el esfuerzo del sistema político por construir garantías institucionales para luchar contra la corrupción sistémica y la arbitrariedad. Una amplia mayoría parece apostar por un liderazgo fuerte que someta a todos los otros poderes que pugnan por enriquecerse y prevalecer en un sistema de reglas débiles.

En el mejor de los casos, tenemos que aceptar que existen dos visiones que compiten por encauzar la coexistencia entre los mexicanos y la necesidad urgente de crecer para paliar a la violencia y a la pobreza. Por una parte, se reivindica al poder del Leviatán, por la otra, el discurso del contrato social busca un fundamento distinto para organizar los esfuerzos comunes. El viejo dilema entre el gobierno de los hombres y el gobierno de las reglas. El primero apuesta al premio del prestigio y desprestigio del poderoso, el segundo propone a las sanciones legales como respuesta de procedimientos creíbles. En uno, se juega con el rumor y el escándalo, mientras que, en el otro, el énfasis se pone en la vigencia del Estado de Derecho.

En medio de estas tensiones se desarrolla la implementación de la Reforma Judicial. Mientras que unos prometen que el sufragio garantizará la integridad moral y el prestigio social de los jueces. Otros temen que la manipulación de los grupos políticos y los grupos económicos pongan en riesgo a la independencia judicial

La existencia de poderes jurídicos sometidos a poderes políticos o fácticos debilitan la propia capacidad de los gobiernos por regular la vida económica del país. La multiplicación de despachos de abogados que tengan como principal atributo el control de partes importantes del sistema judicial sólo puede abonar a la multiplicación de la corrupción y de la incertidumbre. En los últimos años hemos observado la existencia de procedimientos legales y escándalos políticos por el manejo corrupto de algunos abogados sobre la administración de justicia. Algunos ejemplos menos recientes también dan cuenta de estos abusos. Esto, tarde que temprano, impacta al crecimiento económico y a la justicia social.

Por supuesto que existen antídotos frente a estos riesgos. La propia Reforma Judicial va a revitalizar al foro mexicano. Al mismo tiempo llegarán cientos de juristas formados en el estudio constante del derecho y en el oficio de la persuasión. Urge un foro que admita la inspección social sobre los procesos. La oralidad como nuevo paradigma de la cultura judicial será central para visibilizar abusos e imponer recatos. Recordemos que al final la exposición pública de las influencias indebidas sobre la justicia son la justificación que se invoca para su reforma.

Abogado

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