Resulta paradójico que la reforma judicial, venga de una de las opciones partidistas que más se nutrió de las biografías y trabajos surgidos del Poder Judicial Federal. Aquellos ministros que después de su retiro decidieron adoptar una trayectoria pública, lo han hecho abiertamente cerca del presidente López Obrador. Baste recordar al ministro Góngora Pimentel, a la ministra Sánchez Cordero o al ministro Arturo Zaldívar. También es de recordarse aquellos casos en que ese Poder Judicial, ahora tan fenestrado por López Obrador, protegió la libertad de este último en las épocas del presidente Fox, o fue clave para obtener la libertad de Dante Delgado cuando fue perseguido por las autoridades veracruzanas.
Y no es de extrañarse esta trayectoria. Ministros, magistrados y jueces constantemente han trabajado con ponderación y con gallardía para defender las libertades básicas de todos aquellos que se han visto arbitrariamente perseguidos por el poder. De alguna manera irrita y enfada, la amnesia a medias, comodina y parcial que hoy afecta a la memoria presidencial que sólo recuerda el México de los últimos años, aquél que se avizoraba en las conferencias matutinas. No sólo es ominoso, sino peligroso olvidar todos aquellos actos valientes y serenos que protegieron a la entonces disidencia.
Además, no podemos dejar de ver el camino lúcido y certero que se ha venido construyendo en el país para consolidar políticas públicas que no sean discriminatorias. Hoy, la justicia mexicana ha servido como escudo frente a la homofobia y la misoginia que por tantos siglos sostuvieron a una cultura patriarcal. No puede ni debe ser una mujer la que desmonte esta tradición libertaria e igualitaria.
Lo cierto es que en este tema y en los próximos años, la batalla cultural que se da y dará en la política mexicana, es una lucha entre el liderazgo carismático, tropical, patriarcal y mesiánico, que entrevera en la acción política, prejuicios personales, resentimientos y visiones mágicas del mundo, en donde el culto a la personalidad es central en la táctica política contra una visión más urbana, universitaria, igualitaria, que busca reflejarse en políticas públicas, prácticas institucionales que tienen como propósito consolidar condiciones más equitativas en la sociedad sobre todo para empoderar a los derrotados de siempre. La primera visión es pragmática, intuitiva, casi religiosa, mientras que la segunda es estratégica, más paciente, científica y por ende laica.
López Obrador se dirigió a las grandes mayorías desde un fondo místico. Su partido, Morena es una alusión a la Virgen de Guadalupe. Siempre tuvo a Jesús en la boca a excusa de referirse a su hijo y dividió a México en un mundo de ángeles y demonios donde su mirada ungía a algunos y satanizaba a otros. Esta confusión del poder político y el ámbito de lo místico no es exclusiva de México. Baste observar a Erdogan y su culto al islam en Turquía, o Narendra Modi y su sectarismo hinduista, o bien, el mismísimo Trump y su alianza con las sectas evangelistas. Esta situación es producto de la crisis que la democracia ha venido sufriendo en buena parte del mundo. Se le colgaron atributos casi mágicos, que dieron lugar a una frustración que se pretende aliviar mediante la promesa de milagros. Obviamente, en el mediano plazo estas suplantaciones van cayendo por su propio peso. Lo lamentable es el camino doloroso para reaprender la gran lección de la democracia. La cohesión social y el desarrollo económico son tareas cotidianas y sensatas, nunca pasos de gigante gratuitos y repentinos.
Pero aquí estamos, buscando desentrañar la verdadera voluntad del caudillo y de vislumbrar los perfiles del liderazgo que viene. Solo existe una certeza, no va a ser ni puede ser igual. No es lo mismo el chauvinismo del líder histórico que la historia de la liberación de una generación de mexicanos por mirarse a sí mismos bajo los parámetros universales de lo humano. No es lo mismo el ritual político retórico de canonizaciones y satanizaciones que la visión técnica que asume que la pobreza se va derrotando con clínicas, escuelas, auditorios, centros deportivos, apoyos productivos etc. Un parámetro servirá para avizorar el resultado de estas batallas. No serán cruentas ni visibles, pero la falta de recursos para sostener las adhesiones políticas se verá sustituida por aquellas políticas públicas que tiendan a evitar un estallido social.
Este gobierno ha sido pródigo en derrochar toda clase de recursos materiales, presupuestales y simbólicos. Hoy, echa mano del último de ellos, la satanización de todo aquel espacio de poder que someta a la política a la ponderación de una racionalidad mínima. Los que no tenemos más remedio y destino que sostener nuestra independencia frente al poder, apoyaremos todo aquello que sirva para aliviar los dolores de nuestros hermanos y a cuestionar aquello que estimamos vil y dañoso para el futuro de México.