Me encuentro fuera del país en cumplimiento de obligaciones familiares.

Desde aquí, miro a México y a la marcha del domingo. Aquella en la que el Zócalo se vistió de rosa y una ciudadanía pacífica, alegre y desbordada, superó las trampas de un gobierno autoritario que se escudó en sindicatos de maestros y en la policía para inhibir la participación ciudadana. Desde aquí, surgen varios sentimientos. El primero es de alegría y de esperanza por no sentirnos solos, por saber que somos muchos los que queremos un país en paz y en prosperidad, donde podamos construir espacios comunes, en los que se mira al otro con confianza y fraternidad. Por otra parte, observo con enojo una autoridad arrinconada por sus propios traumas e inseguridades que reacciona con la trampa y la amenaza como escudos para protegerse de sus ciudadanos.

Desde aquí, se observa que la paz y la concordia vencen al miedo y a la violencia. Es importante reconocer que tanta participación, viene causada por organizaciones no gubernamentales y no partidistas que sirven como vínculo a la comunidad para defender causas concretas. Lo anterior, debe mover a los partidos políticos a una seria reflexión. Hace tiempo que han debilitado su capacidad de representar a los ciudadanos. Lamentablemente hoy los partidos políticos se encuentran tomados por cuadros, en su mayoría mediocres, que sólo andan cuidando sus espacios de poder y no se comprometen a buscar el reconocimiento de amplios sectores de la sociedad.

Hoy, muchos mexicanos nos sentimos huérfanos de representación política cuando miramos a los membretes y los vemos en manos de líderes que piensan más de lo que le sirve a ellos, que de aquello que le sirve a la sociedad. En su mayor parte, los partidos están en manos de aquellos cuadros que fueron repudiados en la elección del 2018, en donde un amplio sector de la ciudadanía votó en favor de López Obrador para castigar la corrupción del sistema político. Hoy, decepcionados de dicha opción, abren sus manos a dichos partidos para buscar reavivar al sistema democrático mexicano. Si los liderazgos partidistas no son capaces de superar su mediandad de miras, se perderá una oportunidad de oro para recuperar la democracia mexicana y sus posibilidades de estructurar una relación con la sociedad para la solución de los problemas comunes.

La marcha del domingo reclama una reforma política que busque abrir el padrón de los partidos a la ciudadanía. Basta de controles mafiosos de los membretes políticos; los partidos deben ser plataformas para aquellos liderazgos ciudadanos, aquellos que se han construido por sacar adelante la solución de problemas comunes. Aquellos cuyas fuerzas vienen del reconocimiento de la comunidad, que puedan asumir una dimensión política que vértebre poder y responsabilidad para superar el rezago en el que vivimos respecto a temas como la inseguridad, la pobreza, la educación mediocre, la mala calidad en los servicios de salud pública, etc.

El sistema de partidos se debilita cuando los padrones internos son controlados por las estructuras burocráticas de dichos partidos. Lo anterior, facilita el control de las estructuras sobre la militancia. La democracia exige que sea al revés, es decir, que las bases legitimen la acción de las dirigencias. Este esquema ha facilitado que los partidos se vayan aislando de las iniciativas que operan en la sociedad. Las dirigencias guardan como principal función el preservar sus privilegios. Se apropian de los recursos presupuestales que sirven para financiar el trabajo de los institutos políticos.

La reforma debe propiciar un mayor peso de las bases y un control sobre las tácticas que utilizan las dirigencias para paralizar la vida interna, a partir de la definición de los padrones del de militantes. Mientras que los liderazgos burocráticos decidan cuál es la base electoral de los partidos políticos, éstos sólo se abrirán a la sociedad cuando y como convenga a los intereses de su maquinaria.

Hoy, ante la debilidad interna de los mismos, optaron por abrir los procesos y definir una candidatura predominantemente ciudadana.

Lo anterior, de alguna manera, interpreta adecuadamente los resultados anteriores de las elecciones y la condena ciudadana a las actitudes partidistas de siempre.

Después del día de las elecciones, todos los partidos se deberían comprometer a reconstruir las fuentes de legitimación política del sistema democrático.

Urge recuperar la democracia como fundamento ético e histórico de las instituciones públicas.

A este respecto, la alternativa que se abre frente a las próximas elecciones, es continuar con la devastación del sistema de partidos a través de la concentración de la comunicación política en una sola persona.

Esta fue la táctica que utilizó el presidente López Obrador para saturar el mercado de la comunicación política con las mañaneras y no permitir que se generen liderazgos alternos y voces independientes sobre las que se contrastara la acción política.

O bien, ese momento de reforzar un sistema de partidos abiertos a la ciudadanía, en donde los liderazgos personales sean complemento y no fundamento de la participación política.

El próximo 2 de junio nos toca tomar una decisión que aproveche las lecciones de las últimas décadas. La alternativa será el no resistir al proceso de “devastación institucional” que la 4T plantea cómo condición para sostenerse en el poder.

Abogado y exsecretario de despacho

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