La transformación de nuestro entorno pasa por una mirada realista, pero atravesado por cierto optimismo. Sólo quien cree profundamente que puede influir en su contexto, es capaz de cambiarlo. Ayuda mantener nuestra capacidad de indignación ante la violencia y miseria que viven muchos de nuestros compatriotas y asumir que esta no es una sentencia insuperable.

Una de las lecciones que nos deja el anterior gobierno es el refrescar nuestra visión de la relación entre la atención a la pobreza y el crecimiento económico. Ciertamente, un crecimiento económico que genera pobreza da lugar a la desigualdad y con el tiempo a la violencia. Cada vez menos gente accede al bienestar y sólo quien es capaz de organizar su seguridad, vive con cierta tranquilidad. Este es un panorama que sólo los tontos o los corruptos aceptan y procuran. Sólo se mira la ganancia en el corto plazo.

A este respecto, algunos hechos recientes dificultan el optimismo. La reciente Reforma Judicial llama a la improvisación y al desorden como los medios naturales para reconstruir a un poder, cuya función es solventar los conflictos legales entre actores diversos. Los jueces ignorantes y timoratos retrasarán la justicia.  Los corruptos la decidirán con mayor eficiencia, pero siempre, en beneficio del más influyente o poderoso.

Por otra parte, nos llegan noticias de que sigue el desabasto en materia de medicamentos y que la destrucción del sistema anterior no resolvió los problemas. Se destruyó un esquema eficiente que tenía un grado relativo de corrupción (ante la concentración de empresas distribuidoras de medicamentos) y en vez de abrir el sector a la competencia, se optó por favorecer una salida oligopólica con una tendencia a monopolizar esta actividad en el sector público.

Este es un discurso político que no sabe transformar su entorno sin una destrucción grave del valor creado. Parece ser que, con el puro voluntarismo sin experiencia, se puede cambiar la voluntad.  Esto es resabio de un mesianismo que no hace milagros. Sin embargo, la terca realidad se hace presente. La política de dispersión de apoyos sociales no puede sostenerse sin una actividad económica que genere riqueza y recursos nuevos a repartir.

En este sentido, el programa económico para el próximo año no es esperanzador. El crecimiento esperado sin inversión no va a suceder. Los márgenes limitados de la inversión pública obligan al régimen a generar condiciones de confianza para aumentar la inversión privada y con ello, el empleo y la recaudación fiscal.  Sólo con eficiencia económica se puede sostener la justicia social.  Por ello, por el bien de los más pobres, es necesario que el gobierno vaya bajando el encono social y procurando la colaboración necesaria para crecer con equidad. Crear un mercado interno fuerte y una capacidad de exportación al amparo de nuestra situación geopolítica deben ser la ruta de la transformación del país.

Algunas notas permiten atenuar el pesimismo. La Presidenta va cambiando su tono hacia los inversionistas y deja espacio para la concordia y la confianza. Por otra parte, comienzan viajes internacionales centrados en la promoción económica del país. Se va sesgando ese provincianismo que solo abre los ojos a aquello que lo halaga.

Es cierto que vienen nuevas presiones internacionales, por ejemplo, en materia de migración, pero también lo es de que en esa materia México ya ha concedido muchísimo a los americanos, por lo que las diferencias serán más de orden retórico. Caso distinto es el de la lucha contra la delincuencia organizada.  Aquí las presiones vienen más fuertes y ceder ante ellas puede implicar riesgos para la soberanía.  Un discurso nacionalista no será suficiente para sortear las dificultades.  Nuevos mecanismos de cooperación serán diseñados. En algún momento se reactivará la violencia entre las bandas y el Estado Mexicano no podrá hacerse de la vista gorda.  Una mezcla del aumento en el número de extradiciones y de aseguramientos, tensará la situación entre los grupos criminales y las corporaciones de seguridad pública. Es fundamental acrecentar los incentivos para la lealtad institucional de los servicios de policía.  Para ello, deberá aumentar el reconocimiento de los actos de valor y honor y mejorar la protección social de las familias. Asimismo, deberá reprimirse todo acto de corrupción, pues simple y sencillamente es colaborar con quien asesina a soldados, marinos y policías y, por ende, dichos actos producen traición.

Son posibles la paz y la prosperidad, pero no son fáciles. Es mucho el deterioro.  Habrá que poner manos a la obra.

Abogado.

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