Sólo han pasado pocos días de la elección que ocurrió el domingo pasado. Claudia Sheinbaum obtuvo una mayoría arrolladora que le permite plantear las reformas que estime pertinentes a nuestro régimen constitucional. Eso es una enorme responsabilidad.

Se puede optar por reformas que concentren el poder y pretendan callar y castigar a todas las voces independientes que cuestionen el poder, o bien, entender que en un país en donde se respeten las diversas perspectivas y visiones que integran a la pluralidad nacional, deben existir procedimientos que protejan las libertades básicas de actos arbitrarios.

Caer en la tentación del autoritarismo y seguir fomentando la desconfianza y el recelo entre los mexicanos puede ser tentador en el corto plazo, pero tarde que temprano invariablemente genera corrupción y deterioro económico.

El presidencialismo de los 70, 80 y 90 generó un cuello de botella que frustró la iniciativa de miles de proyectos que podían ser realizados por pequeños y medianos emprendedores. La complejidad y riqueza que existe en México no puede quedar abarcada por la mirada de una sola persona. México es mucho más y debe ser mucho más que lo que la próxima Presidenta de la República puede abarcar. Generar espacios y confianza para que se multipliquen los proyectos y visiones que coexisten en el país será fundamental para propiciar un crecimiento económico que multiplique las oportunidades, sobre todo para los más vulnerables.

Si el próximo gobierno pretende acallar la crítica de sus opositores y sustituir los argumentos por descalificaciones y persecuciones, concentrará poder, pero también deberá asumir las consecuencias por ello. Fomentar la impunidad a cambio de obediencia, tarde que temprano debilita al poder.

La diferencia entre el autoritarismo y la democracia es la capacidad de encauzar el poder de acuerdo con la ley. En un sistema de reglas claras cada quien debe saber a qué atenerse. No necesita estar pidiendo favor o permiso del poder. Basta que existan garantías de que las reglas que decida el poder político sean respetadas por todos.

La legitimidad política surgida de las elecciones, debe ser clara y suficiente. Por ello, es necesario limpiar la elección y corregir cualquier irregularidad que sea probada. Con la información a mi alcance, no parece que cualquier depuración del proceso pueda, ni de cerca, modificar el resultado de la elección. Habrá que atender dicha depuración en los cómputos distritales. Lo anterior, no quita que el debate sobre la inequidad de las elecciones deba llevarse a cabo.

Por otra parte, debe superarse el encono que se ha venido produciendo desde el poder político. La tarea de abatir la pobreza y mejorar la distribución del ingreso le compete a toda la sociedad y no sólo al gobierno. En la pasada campaña no hubo una discusión que planteara la cancelación de los programas sociales. La crítica se dirigió a la utilización facciosa y sectaria de los mismos.

Por último, reitero mi admiración por aquéllos que, como Xóchitl Gálvez o Claudio González, abandonan la posición cómoda que les puede dar una situación económica desahogada y emprenden una lucha por su país. Satanizarlos sólo porque no están de acuerdo con el régimen, o critican al poder, es una actitud mezquina y cobarde. El futuro de México necesita la visión de todos, exige el debate respetuoso de la cosa pública y requiere de negociaciones políticas de cara a la sociedad, para reconciliar al país. Competir sin bajezas, debatir sin rencor y negociar sin vergüenza ha de ser la base para los acuerdos nacionales que requiere el país.

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