Las elecciones del domingo pasado en Argentina nos presentan una tendencia reciente, cuando menos en nuestro continente. El electorado ha venido optando por fortalecer su capacidad de voto dando lugar a la alternancia. El kirchenerismo fue predomínate (excepto por el período de Macri) por un plazo largo. Curiosamente el candidato perdedor parecía estar más al centro de sus predecesores y ciertamente más que el candidato ganador. Paradójicamente pasamos de proyectos más o menos populistas de izquierda a unos del mismo temperamento, pero a la derecha.

En mi opinión, algunos fenómenos explican lo anterior y deben movernos a una reflexión sobre nuestro propio futuro. Tal parece que se viene materializando una disolución de la gobernabilidad como la veníamos conociendo en las últimas décadas.

En primer lugar, los beneficiarios de los apoyos gubernamentales van ganando conciencia de su derecho a mantenerlos, y más bien perciben que un mal programa económico puede poner en mayor riesgo su viabilidad al que lo haga una alternancia política. Lo anterior, no es una cosa menor y explica el declive de la incidencia del voto duro en el ámbito de las elecciones. Simple y sencillamente los apoyos oficiales no se traducen automáticamente en clientelas electorales.

En segundo lugar, la comunicación política ha vuelto al electorado más impaciente. Parece guiarse más por las impresiones que por el análisis. Los personajes son más importantes que la trama y el histrionismo reina. Hoy las emociones campean e inciden al momento de emitir el voto. Esto trivializa la democracia y la inestabiliza.

Es cierto que los avances tecnológicos y las nuevas formas de comunicación hacen menos relevante el papel del gobierno en la solución de muchos problemas. Sin embargo, hay problemas que solo pueden ser corregidos con una importante intervención gubernamental. La mitigación de la pobreza, una mejor distribución del ingreso, la política ecológica y el mantenimiento de la paz, pasan por políticas públicas que coordinen el esfuerzo de burocracias con agentes económicos y sociales. Por ello, la política no puede prescindir de un debate que fije prioridades y que exija algún grado de inteligencia y preparación en los liderazgos políticos.

El desplazamiento en la atención de la opinión pública del rol de los candidatos sobre las tareas de las estructuras ha transparentado una crisis en el sistema de partidos políticos. Todos presentan un grado de debilidad preocupante, inclusive Morena no transciende su carácter de movimiento supeditado al dictado de su líder máximo. Tan no es partido, que el presidente no ha trasladado un gramo de poder a la candidata presidencial. Cuando y cómo va a suceder esto, es un enigma. A su vez el frente presenta actitudes contradictorias, por una parte, la candidatura presidencial se forjó a través de un procedimiento en donde se garantizó que los liderazgos más competitivos prevalecieron sin poner en riesgo la unidad. Así trayectorias políticas sólidas como la de Beatriz Paredes, Santiago Creel o Enrique de la Madrid declinaron para apoyar a Xóchitl Gálvez. No se ve que este sucediendo lo mismo para otras candidaturas. Las dirigencias de los partidos toman decisiones a partir de sus intereses oligárquicos. Estos parecen prevalecer frente a métodos más democráticos, o cuando menos, más demográficos. Se decide sin encuestas, se cambian las reglas de un momento a otro, dando lugar a comportamientos erráticos que alimentan la desconfianza del electorado.

Todos debemos tomar a la próxima campaña como la oportunidad para reconstruir el sistema de partidos, a partir de formas novedosas, pero serias, que renueven a la representación política. Las posibilidades están abiertas, viejos métodos clientelares y nuevos modos de interacción social, se habrán de combinar para crear una plataforma de diálogos que recupere la concordia entre los miles de voces que resuenan en el país. No se trata de una uniformidad falsa o autoritaria, o tampoco de una torre de babel, donde nadie le responde a nadie. Urge la reconstrucción del espacio público tolerante y lucido donde no prive la indiferencia ni el rencor.

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