«Espérate a que se ponga la banda presidencial», decían en redes quienes creen en ella a pies juntillas; otros, en cambio, aseguraban que la Silla del Águila la radicalizaría aún más, y no fuimos pocos los que le otorgamos el beneficio de la duda. Lo cierto es que, a diez días de su toma de posesión como presidenta de México, Claudia Sheinbaum sigue siendo un misterio sin resolver.

Es indudable que ya hemos visto a Claudia siendo Andrés Manuel o, mejor dicho, intentando emular a su antecesor, guía y gurú. La hemos observado imitando sus frases, sus ademanes y hasta recurrir a un cuestionable acento tabasqueño. En todos los casos ha fracasado rotundamente. Para ser López Obrador se requiere de un cinismo monumental, una facilidad extrema para mentir y la habilidad de un prestidigitador para salirse por la tangente, preguntando quizá: «¿Cuánto gana Loret?» Lejos de obtener puntos tratando de imitar a quien la colocó en la máxima magistratura del país, Sheinbaum está pagando muy caro el propósito, perdiendo credibilidad y generando desconfianza segundo a segundo.

Para poder prometer, como lo hizo el tabasqueño, se debe tener la capacidad para improvisar, inventar y hacerle creer a sus oyentes que, con sus habilidades como estadista, el país habría de empezar con un incremento al PIB del 4% y llegar hasta el 6% al final de su sexenio. Fue tal su talento como engañabobos, que terminó su Presidencia con el crecimiento más bajo en 36 años, el endeudamiento más alto registrado en una administración presidencial, una inflación desbocada, el crimen organizado controlando un amplio porcentaje del territorio nacional, 200,000 homicidios, 50,000 desaparecidos, un franco desprestigio internacional que raya en el desprecio y, a pesar de ello logró —no sin triquiñuelas— un triunfo arrollador en las pasadas elecciones y fue tratado en su despedida como un héroe y «el mejor presidente de México», Claudia dixit.

Claudia trata de mentir como él, pero no sabe hacerlo; intenta convencer como él, pero tampoco lo logra. Mientras aquel prometió desde antes de su primer día una evolución brutal y se desdijo con total desfachatez en varias ocasiones, Sheinbaum ni siquiera se atrevió a mencionar un porcentaje de crecimiento para su sexenio.

Claudia recurre al mantra «Andrés Manuel López Obrador» como si fuera una invocación y lo repite hasta el cansancio, tratando de que su pueblo bueno sienta la energía de su líder moral y la proyecte hacia ella.

Andrés Manuel —ahora soy yo el que corea el mantra interminablemente— es un tirano que se valió del populismo para lograr sus metas, pero Claudia quiere ejercer la tiranía sin pasar por el populismo, porque simplemente no cuenta con la habilidad de la hipnosis colectiva, de la exaltación patriótica o el convincente llamado al aborrecimiento de todo aquello que no encaja con el sistema.

Nada sería más deseable para la jefa del Ejecutivo que haber heredado todas las cualidades de su antecesor como manipulador de masas, pero no tiene forma de lograrlo y parece que ya se ha dado cuenta de ello, lo que debe estar provocándole un conflicto existencial que le demandará darle vuelta a la tuerca y resurgir como Claudia siendo Claudia.

Lo primero que debería de hacer Claudia en modo Claudia, es centrarse en la ominosa realidad del país y confrontarla con honestidad, realismo y buen gobierno. Si fuera necesario que escribiera un decálogo para lograr las metas, indudablemente, el primer mandamiento sería: «Deshazte de todo aquello que huela a tu antecesor». Quizá con la excepción del aumento al salario mínimo y la reducción de la pobreza, aunque haya sido por la vía de las pensiones no contributivas y no la de generación de empleos —logros que ojalá hubiese conseguido sin destrozar el sistema de salud, acabar con las escuelas de tiempo completo y sustraer los fondos de los fideicomisos, entre otras barbaridades—, todo lo demás en la administración lopezobradorista dejó números rojos y cualquier intento de rescate de dichas acciones sería un suicidio.

Está claro que eso no lo logrará soslayando la deuda de más de 6.6 billones de pesos adicionales que heredó del sexenio anterior, mientras promete una pléyade de programas asistenciales que le será imposible cumplir sin empréstitos adicionales, por lo que ya se prepara una primera colocación de bonos de deuda por 18,000 millones de dólares en Wall Street, en noviembre. Con un déficit fiscal que puede alcanzar el 5.7% del PIB y el muy probable recorte de 700,000 o más millones de pesos para el ejercicio 2025, parece imposible destinar tantos fondos irrecuperables a tales causas, por humanitarias que sean.

Ya va siendo hora de apagar las luces y la música del antro y, con la llegada del sol, recoger vasos, platos, cubiertos y servilletas, limpiar mesas, acomodar sillas, sacar la basura, trapear el piso y preparar el local para su reapertura dentro de unos años. Actuar de otra forma sería irresponsable y terminaríamos pagando las consecuencias todos los mexicanos por generaciones.

A México le urge que Claudia sea Claudia, sin importar lo que ello signifique.

X: @ferdebuen

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