Hoy escribo con tristeza, con una profunda tristeza. La tristeza de quien perteneció al bando que perdió la batalla sin perder la esperanza, pero ahora también la esperanza se ha desvanecido. Hoy, una parte de mi país goza por el triunfo pírrico de su líder, el presidente López Obrador, pero en su inmensa ceguera, ya sea autoinfligida o motivada por la maldita , celebran emborrachándose hasta la hematemesis, pero, a partir de mañana vivirán la peor cruda de su existencia.

Estoy triste porque el Gobierno está en manos de seres deleznables guiados por la sed de poder, la corrupción y la compra de conciencias. Lo estoy porque quienes deberían maniatarlos comparten la misma ambición, ya sea por cobardía o a cambio de una generosa remuneración proveniente, claro está, de nuestros impuestos.

Me desanima ver a grandes empresarios que han trocado su lealtad al país y alaban al presidente hasta el ridículo, a cambio de jugosos contratos de asignación directa que les ha permitido multiplicar su capital (como si les hiciera falta). Esperaba más de ellos.

Es deprimente atestiguar el papel de los presidentes de los partidos de la coalición derrotada, quienes lejos de admitir su estrepitoso fracaso, se aferran al poder, lo hacen a través de un tercero o simplemente se reeligen, recordándonos la calaña de agrupación política que gobernó México durante más de siete décadas. Eso sí, los del PRI, PAN y PRD (†) buscaron asegurarse una senaduría tras asignarse la primera fórmula, pero, a diferencia de sus pares, ni eso le funcionó a Jesús Zambrano (PRD) y se quedará sin curul. Por el cochinero acumulado tras las recientes elecciones, queda claro que en México no existe ya un solo partido político que valga la pena. Mi esperanza es que aprendan de la experiencia de su propia demolición y, si sobreviven, se reconstruyan a partir de las inquietudes de la sociedad civil y no de sus aviesos intereses personales.

Desconsuela la estrechez de miras de nuestra gente, cuya miopía no le permite ver más allá de su bolsillo. El que no sean capaces de entender que, por vender su voto —y su conciencia— a cambio de unos cuantos pesos, continuarán sin servicios de salud, sin educación de calidad y sin las prestaciones de un trabajo formal; podrán ir a prisión bastando solo que los señale un influyente y serán juzgados por un abogadillo sin experiencia judicial.

Es desalentador saber que el pueblo bueno ya no le hará falta al sistema, pues gracias a su desesperación o inocencia, le han dado el poder suficiente al Gobierno para tomar las decisiones que quieran y matarlo de hambre, si ello conviene a sus intereses.

Causa consternación saber que, con el poder otorgado por siete consejeros del INE y los que seguramente le darán tres del TEPJF —todos de muy dudosa reputación—, más tres senadores (¿por qué me vendrá a la mente el PRI?) que traicionarán a México por algunos millones, la Constitución se volverá papel en blanco y en ella se anotarán los caprichos que favorezcan a la más oscurantista época de la historia moderna de México.

Es aterradora la posibilidad de que, lograda la mayoría calificada, y ante la lamentable situación de las finanzas en el país, el Legislativo cambie una línea del artículo 28 de la Constitución, para darle a Hacienda la posibilidad de sustraer los fondos del Banco de México, que cuenta hoy con 230,000 millones de dólares. Ello podría significar en el mediano plazo, la quiebra de nuestro sistema financiero.

Me angustia desconocer por completo a la presidenta electa, quien no ha dado una sola señal que la independice de su guía, tutor y sombra, López Obrador. Como cualquier automóvil moderno con control automatizado de trayectoria, cada vez que se desvía y toca la línea de su carril, el chip macuspano le corrige el rumbo y ella, cual máquina, acata la orden sin chistar. Hoy, a poco más de un mes de su toma de posesión, sigo preguntándome: ¿quién es Claudia Sheinbaum?

¿Cómo apaciguar una tristeza así?

@fdebuen@hotmail.com

X: @ferdebuen

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