Como mencioné en mi artículo anterior, «Las dos Claudias», la virtual presidenta electa, Claudia Sheinbaum está bifurcada en dos personajes. El citado texto me remitió al cuadro «Las dos Fridas», de Frida Kahlo, pero en éste, la muy probable próxima jefa del Estado mexicano, me recuerda a la novela de Robert Louis Stevenson, «El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde» (Londres, 1886), donde el tranquilo científico Dr. Jekyll se transmuta en el temible criminal Mr. Hyde, mediante la toma de una extraña pócima.
Siguen siendo dos. Una de las Claudias es sombría, infranqueable, inaccesible y totalmente entregada a los caprichos de su tutor y guía, el presidente López Obrador, quien representa a la pócima del Dr. Jekyll para su transformación; la otra, la científica del pensamiento autónomo, la que sueña con la construcción del futuro de México, la que pretende regresarle a su población mejores estándares de vida, educación y salud, entre otras muchísimas cosas mancilladas por este Gobierno, esa Claudia no aparece por ningún lado pero, como la materia oscura del universo, por sus propiedades sabemos que existe, a pesar de su invisibilidad.
A diferencia de quienes creen que ya es imposible que Sheinbaum se separe definitivamente de su elector, yo estoy casi convencido de que tal divorcio sucederá, pero muy probablemente será cuando ella porte la banda presidencial, ya que, de hacerlo ahora, se ganaría la animadversión de los duros del ala obradorista, que no son pocos, y sí muy latosos.
La clave de todo este asunto está a la vuelta de la esquina y dependerá de la resolución del INE al calificar los resultados de la elección del 2 de junio y la determinación sobre la validez o invalidez de la sobrerrepresentación, que deberá ser avalada posteriormente por el TEPJF. Si a estos organismos de indudable sesgo pro-Morena, se les ocurre otorgar al partido en el poder la mayoría calificada, AMLO se encargará de destruir a organismos autónomos (esa mesa ya está servida) y se adueñará del INE y del Poder Judicial. Septiembre, el mes de nuestra Independencia, celebrará en adelante —en la fecha que corresponda— el Día de la Dependencia absoluta del país de una sola persona. Ese poder omnímodo sería el regalo de Andrés Manuel a su sucesora.
Un dardo envenenado que, de cristalizarse, las posibilidades de éxito de Claudia como presidenta estarían condenadas al fracaso, pues aún con los tres poderes de la Unión bajo su mando, el dueto se enfrentará, paradójicamente, a un país inmanejable. Como consecuencia de tal potestad, las variables que definen el éxito de una nación, como el Estado de derecho, la economía, finanzas, inversión extranjera, confianza en las instituciones, justicia, seguridad, etc., se derrumbarían irremediablemente, pues la nuestra se convertiría en una dictadura sin contrapesos, donde la decisión de unos cuantos será superior a la ley y, si ésta estorba, la podrán cambiar y hasta anular, si ello conviene a sus intereses.
Bajo estas circunstancias, estamos ante un país que ya agotó casi todos sus ahorros en aras de adquirir y mantener conciencias afines. Adicionalmente, arrastra una deuda externa que creció exponencialmente en los últimos meses, padece lastres económicos por el mal manejo de la empresa petrolera, la CFE está convertida en un elefante blanco, se perderá la esperanza de la relocalización y enfrentaremos la huida de la inversión extranjera, a excepción de las remesas, que en buena parte provienen del lavado de dinero. Por si fuera poco, todavía está vigente la necedad de no atreverse a llevar a cabo la inaplazable reforma fiscal. Ante todo este sombrío panorama, la Silla del Águila tendrá más clavos que la cama de un faquir y nadie querría sentarse en ella, especialmente si es solo para obedecer a quien le ha estado hablando al oído cada fin de semana, desde que concluyeron las elecciones.
Si existiese algún atractivo en la labor de la próxima presidenta de México, bajo las circunstancias señaladas, yo no lo encontré.
Pero dejemos atrás a la versión mexicana de Mrs. Hyde y vayamos con la probable doctora Jekyll.
La otra opción requeriría de un costal de valor y de un exorcismo que expulse a su inmenso demonio más allá de La Chingada, el multicitado rancho del macuspano. Claudia tendría que enviar a su antecesor como embajador a Venezuela, Bolivia, Nicaragua, Cuba, Irán, Corea del Norte o hasta a Rusia, y asegurarse de no volver a tener contacto con él durante todo su sexenio, tras prometerle que ni él ni alguno de sus allegados será procesado por corrupción.
Pero antes que eso —y lo mencioné en mi pasado artículo— tendría que asegurarse de que Morena no obtenga la mayoría calificada y evitar con ello el agandalle vengativo de su actual patrón. Si logra controlar esa variable, no solo se quitará de encima la ominosa sombra del Destroyer del sureste, sino que no tendrá la necesidad de expresar una opinión diferente a la del multicitado. Sin duda, tiene la ascendencia para pedirle a las presidentas del INE y el TEPJF, Guadalupe Taddei y Mónica Soto, respectivamente, que resuelvan en dicho sentido y frenar el sueño guajiro del presidente y sus impresentables jilgueros.
Esto le dejaría a Claudia, sin alejarse de su concepción de un México con valiosas inclinaciones sociales y de protección a los trabajadores —conceptos que aplaudimos muchos de quienes no votamos por ella—, el camino libre para rescatar a México del sumidero en el que se encuentra. Aumentaría notablemente la confianza en su Gobierno, y se reactivarían la inversión foránea, la salud y la educación, compromisos inaplazables.
Aquí le ruego al lector un minuto de reflexión, invitándolo a que imagine cuál de estos caminos elegirá Claudia Sheinbaum como presidenta de México. Creo que coincidimos y, por eso, confío en que la Claudia Jekyll destruya a su malvado alter ego, Claudia Hyde.
X: @ferdebuen