No habrá mosaico, ni banderas, ni afición, ni socios, ni tampoco cánticos. Por primera vez en su historia, el partido de futbol más global se jugará a puerta cerrada. En escena los dos clubes más populares, léase donde se lea.

La ingeniería está en marcha en el Paseo de la Castellana, en 2022 será un escenario moderno, funcional y a la vanguardia del futbol europeo, mientras tanto el día a día se vive en Valdebebas. Lejos del murmuro que demanda y alienta, que condena y aplaude, que pita y enaltece; jugadores acostumbrados a la presión que genera la máxima exigencia.

El Real Madrid ha sufrido en el Alfredo Di Stéfano, esa cancha con gradería e iluminación de primera división que lleva el nombre de la leyenda, pero que no tiene la historia y el abolengo del Santiago Bernabéu. Ahí han caído contra el Cádiz (0-1) y contra el Shakhtar (2-3). Zidane cuestionado, alza la voz como el máximo responsable, no es casualidad que lo haga, el secreto de su éxito radica en su grupo y en su gestión; una liga y tres Champions lo avalan.

 

El Camp Nou por su parte sigue en pie, goleada al Ferencváros (5-1) con 20 minutos de sufrimiento, pues la calma llegó tras el primer gol. Factura cobrada en Europa, a pensar en La Liga donde el Getafe les arrebató los puntos hace apenas una semana (1-0). El enfrentamiento llegó pronto en el calendario, pero sigue siendo una cita que define temporadas, encamina títulos, divide pasiones, traspasa fronteras. Este año será especial en Barcelona, podría ser el último del máximo ídolo. Habrá vida después de Messi —como la hubo en el Madrid sin Cristiano Ronaldo— con el carisma de Griezmann, el futuro de Frenkie de Jong, la magia de Coutinho, pero sobre todo la ilusión que despierta un niño de 17 años como Ansu Fati, el Barça trabaja en una reconstrucción mucho más profunda que la de un estadio vanguardista.

Desde el cochinillo de Figo, la manita de Piqué, el capote de Ramos, el silencio de Raúl, los pañuelos a Ronaldinho, las amígdalas de Hugo Sánchez, llegó el día que siempre nos sorprende con una historia diferente. Esta vez tocará contarlo en las normas que la pandemia exige, en la soledad de los futbolistas como manda el protocolo, pero con la emoción intacta de millones en un Clásico que se juega en España y lo vive el mundo.

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