¿Una larga lucha? 200 años. ¿Fueron las cuotas? Probablemente. ¿Era la mejor candidata? Para 59% de la población así lo fue. ¿Representa a todas las mujeres? Seguramente no. Por unos minutos, salgamos del ruido político, hagamos a un lado a los partidos y a las ideologías. Pongamos el foco en reconocer que una mujer liderará este país a partir del primero de octubre y no difuminemos la celebración que esto amerita ni lo que podríamos esperar en medio del debate público.
A pocos días del triunfo de la primera presidenta de México, escribo algunas reflexiones de lo que este hecho podría implicar para las niñas y mujeres, para la agenda de género y para nuestro país. Estamos viviendo un momento que parecía impensable, inalcanzable o, por decir lo menos, lejano. El machismo que atraviesa nuestra sociedad y los roles de género tan arraigados a las normas culturales, así lo hacían parecer.
Este hito es un cambio de paradigma en la representación política de las mujeres en México. Las niñas y jóvenes tendrán de manera cercana y tangible una aspiración, no solo de portar la banda presidencial, sino de abrirse a un mundo entero de posibilidades. A falta de un estudio similar en el país, en Estados Unidos le preguntaron a 30 mil estudiantes de primaria y secundaria si querían ser presidentes. La respuesta entre los niños fue alta (66%) en comparación con las niñas (19%). Como anotación al margen, Estados Unidos nunca ha tenido una presidenta mujer.
A finales de mayo, Claudia Sheinbaum respondió en redes sociales: “Tengo claro que no llego sola, llegamos todas; con nuestras ancestras, con nuestras madres, con nuestras hijas y nuestras nietas.” La virtual presidenta electa llegará al poder con un gabinete y un Congreso paritario, con 13 mujeres al frente de una entidad federativa, con paridad en todos -o casi todos- los congresos locales, con una ministra presidenta de la Suprema Corte de la Nación y una presidenta a cargo del Instituto Nacional Electoral.
El primer paso era llegar, ¿y ahora? Ojalá que gobierne para todas. Ojalá que abandere la agenda de género en favor del desarrollo y del crecimiento del país. Ojalá que la futura presidenta busque implementar políticas y programas en favor de las niñas, de las jóvenes, de las mujeres, de las madres trabajadoras, de las madres buscadoras, de las mujeres que llegan a la tercera edad sin una pensión, de las mujeres que quieren crecer en el mercado laboral, de las mujeres que no tienen acceso a servicios de salud.
¿Esto es responsabilidad de la futura presidenta? Sí. ¿Lo hará solo por ser mujer? Definitivamente no es la razón. ¿Gobernará distinto a sus predecesores? Está por verse. ¿Quisiéramos -inclusive me cuestiono si es justo- que enfrente hasta una triple evaluación por ser la primera presidenta mujer? Tampoco. La vara para ella es más alta y las expectativas aún más. A pesar de ello, llegará al poder rodeada de mujeres en cargos sin precedentes y, más importante aún, con un amplio margen de maniobra. Entonces, lo que sí tiene entre sus manos es la oportunidad de acelerar el cambio hacia una mayor igualdad de género. La posibilidad de dar grandes avances en esta materia es más real que nunca.
Aprovechemos este momento histórico para avanzar hacia un país donde no sigamos cuestionando el género de una persona para ocupar un cargo, un país en el que declararte feminista no tenga una connotación negativa, pero sobre todo, para construir un país en el que mujeres y hombres participen en igualdad de oportunidades y se desarrollen bajo las mismas condiciones.
*La autora es directora de Sociedad Incluyente del Instituto Mexicano para la Competitividad (IMCO). Las opiniones aquí expresadas son de la autora y no necesariamente representan la postura institucional del IMCO.