En México, la brecha salarial de género mide la diferencia entre el ingreso promedio de hombres y mujeres, a nivel nacional oscila entre 16% y 35%. El primer caso considera los ingresos laborales y el segundo, añade a estos ingresos otras fuentes de remuneración como transferencias sociales o rentas. Medir esta brecha es complejo: los promedios son engañosos, y muchas veces los ingresos están subestimados, además, en el caso de México, hay información escasa.
Esta semana el periodista Sergio Sarmiento escribió en su columna en Reforma que “[la brecha salarial] no es producto de discriminación, sino de decisiones libres de las mujeres”, afirmación que atribuye a Claudia Goldin y a la cual le faltan ciertas precisiones, necesarias para no distorsionar los resultados de su trabajo académico. Hay estudios que buscan medir mejor la brecha salarial para entender sus causas, precisamente como los de Goldin que se enfocan en el mercado laboral estadounidense.
Goldin demostró que la brecha salarial se vuelve realmente visible después de 10 años de haber egresado de la universidad. Aunque las mujeres empiezan a ganar menos después del matrimonio, la brecha crece significativamente después de que nace el primer hijo o hija. La pregunta más importante es por qué. Por un lado, existen factores como la discriminación, que explica solo una parte de la diferencia en ingresos ya que aún si se pudiera eliminar, la brecha no se cerraría por completo.
Entonces, ¿cuál es la causa de fondo? Explicaré por partes el argumento, acotado a las parejas heterosexuales, de Goldin. Primero, las personas con educación superior enfrentan un mercado laboral que premia los “trabajos codiciosos” o greedy jobs, en inglés, en los que más allá del número de horas trabajadas, importa el horario en el que se trabaja. Estos trabajos son mejor pagados por estar disponible casi a cualquier hora, sin importar si son las 10 de la noche o incluso durante los fines de semana.
Segundo, las parejas se ven obligadas a tomar decisiones que las afectan de forma asimétrica. Por ejemplo, quién va a cuidar a los hijos o estará disponible en caso de una emergencia. Ante este panorama, para maximizar los ingresos de la familia, alguien debe optar por el trabajo codicioso, bajo la premisa de ofrecer disponibilidad de horario casi absoluta, y la otra persona buscar un trabajo flexible –que típicamente pagará menos–. Esto es porque si los dos optan por flexibilidad estarían dejando dinero sobre la mesa, mientras que si eligen mayores ingresos sus empleos no dejarían tiempo para el cuidado.
Entonces, sí, mujeres y hombres toman decisiones distintas. Pero, ¿son decisiones libres? Existen normas de género arraigadas en la sociedad que imponen –en la mayoría de los casos– que las mujeres tengan el rol de cuidadoras. En consecuencia, buscan un trabajo flexible para compaginar ambas responsabilidades, lo que casi siempre impacta de manera negativa en sus carreras. Ahí es donde radican los factores estructurales, que condicionan las alternativas que tienen las mujeres para decidir.
En resumen, detrás de la brecha salarial existe un factor de discriminación, pero de acuerdo con Goldin no es la causa principal. Más bien, se trata de la existencia de una brecha de género en las carreras profesionales que surge de una desigualdad entre la asignación de tareas en las parejas. Es decir, el hecho de que las mujeres busquen flexibilidad laboral para cuidar a sus hijos a costa de sus ingresos deriva de la asignación social de los roles de género. Una decisión que tiene muy poco de libre.
Coordinadora de Mujer en la Economía del IMCO. @fergarciaas