Este 11 de enero cumplí . Es el primer cumpleaños que recibo sin alguno de mis padres en vida. Fui sumamente afortunado de contar con ellos durante tantos años, y mucho más si se dio en el marco de la salud.

Siempre fui poco afecto a recibir felicitaciones y regalos en mi cumpleaños; quizá, por vergüenza. Las reuniones o fiestas alrededor de este día me dejaron de emocionar, una vez que mis hijos nacieron. Quizá también porque llega una edad en la que cumplir años se vuelve sinónimo de acumularlos.

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Mis padres, siempre presentes, al acercarse mi onomástico me preguntaban sin excepción: “¿Qué quieres para tu cumpleaños?”. Y la respuesta siempre era la misma: “Nada, gracias”. Pero, dentro de la muy valorada presencia de mis padres, había en mi adolescencia una enorme incomodidad: No aceptaban (sobre todo mi padre) mi sueño de ser portero. Y es que el tenis fue su único deporte y en torno al cual giró la educación y la pasión deportivas en nuestra numerosa familia.

Por fin, al acercarse mi cumpleaños 24, tras cinco años en el futbol profesional y ante el casi total desconocimiento de mi oficio, una vez que llegó la recurrente pregunta anual, respondí que por fin tenía un deseo para el 11 de enero: Quería su presencia en el estadio Azulgrana, para el partido Atlante vs La Piedad, en el que yo sería titular.

Mis hermanos acudían a casi todos los partidos, por lo que fue sencillo incorporar a mis padres aquel sábado por la tarde. Según mi papá, su único antecedente en un partido de futbol se había dado en un estadio con un partido no especificado, en el que le cayó un liquido “asqueroso”, por lo que juró no regresar (nunca se lo creí).

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Durante mis años de futbol amateur, me vi obligado a mentir para desviar recursos económicos de algún encordado de raqueta, algunas pelotas, inscripciones a torneos o tenis que mi papá sin mayor explicación me daba, pero que yo utilizaba para guantes de portero, pants o zapatos de futbol.

Mis padres aceptaron mezclarse entre las porras del Atlante para mi regalo, y lo sucedido luego de aquel partido fue casi mágico, pues —a partir de ese día— se involucraron en el futbol de tal manera que, meses después, después de ganar el campeonato de Segunda División en Puebla, mi padre estuvo ahí para darme un abrazo al finalizar el partido y mi madre lo siguió, desde su oficina en la Rectoría de la UNAM.

Mi cumpleaños 24 trajo dos nuevos fans al mundo del futbol, aunque a partir de ahí, cada vez que nos sentamos juntos a ver un partido, se repetía la misma escena, hasta que ambos estuvieron en condiciones de ver futbol: “Tira, tira ¿Por qué diablos no tira a gol?”, preguntaba mi padre, para de inmediato recibir la respuesta de mi madre: “¡Ay Ralo, apenas van en media cancha! ¿Cómo quieres que tire?”.

Paso el primer cumpleaños sin alguno de mis padres vivo. Quiero, como regalo personal, recordarlos en su tardío ingreso al futbol.

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